ALFONSO ORDUZ DUARTE | El Nuevo Siglo
Viernes, 23 de Marzo de 2012

A TRAVÉS DEL TEODOLITO

Argelino Durán, un gran colombiano

 

La  ola de violencia a la cual nos ha tenido sometidos la subversión, ha azotado al país y ha dejado hondas heridas en toda la sociedad colombiana sin distingos de estrato, condición social, religión, raza o calidad de las víctimas, las cuales no son únicamente los muertos, heridos y secuestrados, sino también los familiares y amigos.

La amistad, que es el afecto personal puro y desinteresado que suele ser recíproco y que nace y se fortalece con el trato, es una opción, si así puede llamarse, que escogen los seres humanos y que con los contratiempos de uno u otro de los que la profesan, golpean el corazón de los amigos; estos, a diferencia de los familiares, que son aquellos que a cada uno le asigna la Divina Providencia, se escogen. La amistad pura y sincera no es calculadora ni obedece a estrategia alguna; de ahí que los afectos que comienzan en los primeros años de existencia, que son cómplices en travesuras de infancia y juventud, suelen perdurar a través de los años. A pesar de que a quienes se la profesan los aparte la vida porque han escogido caminos diferentes, se mantiene incólume e incondicional. Por eso es que se dice que la amistad entre adultos ya formados y organizados no existe en la verdadera dimensión. Entre estos se dice, existe el cálculo, la malicia. Por eso, también se dice, que en la adultez no hay amigos sino conocidos.

Hay seres humanos excepcionales quienes a lo largo de su ciclo vital no se les puede decir que el afecto personal hacia sus semejantes no sea puro y desinteresado. Uno de ellos fue Argelino Durán Quintero, exponente del buen amigo sincero y ajeno al cálculo interesado. Sus amigos sufrimos con su familia el dolor de su secuestro e intuimos, conociendo su temperamento de altivo santandereano, el final que le esperaba en manos de los guerrilleros. Así fue. Su asesinato, no sabemos en qué condiciones, nos golpeó a todos los que lo conocimos como profesional sin tacha, político sin esguinces de naturaleza alguna, con rectitud de alma y hombre de bien incapaz de hacerle en forma deliberada o consciente mal a persona alguna. Su muerte que nos conmovió, cumplió con lo que los subversivos se han propuesto: golpear a la sociedad en donde a ésta más le duele. Y a fe que con la muerte de Argelino lo lograron. Persona cuya mayor satisfacción y la de sus familiares fue la de ser, como pocos, vástago de la estirpe de sus propios hechos.

Todo el que tuvo la fortuna de acercarse a él, ya fuera como colega ingeniero, como político sin meandros ni dobleces o como ser humano, tenía que admirarlo y quererlo. Los que nos consideramos sus amigos lo seguimos teniendo en un alto pedestal y ahora que se cumplen veinte años de su inútil sacrificio estamos reviviendo la pena que nos causó su muerte. Fue un gran colombiano.