El antisemitismo del siglo XXI
Cuando uno cree que ha oído y visto todo, que ya nada puede tomarlo por sorpresa, sale Hugo Chávez con alguna ocurrencia que demuestra lo contrario. Por ejemplo, cuando en el paroxismo de la camaradería comparó a Gadafi con Simón Bolívar, réplica de su espada incluida para que no hubiera sombra de duda. Y si no es él directamente, lo hacen en su nombre -o en el de su larga, larga sombra, el chavismo- los áulicos de Miraflores, como el hoy ministro de Defensa, Henry Rangel Silva, que no tuvo reparo alguno en advertir hace un par de años que la Fuerza Armada Nacional Bolivariana no aceptaría jamás un gobierno de la oposición porque los militares de Venezuela están casados con el comandante y su proyecto socialista. Y a falta de éstos, están también los émulos de Chávez en el ALBA, especialmente el inefable Evo Morales, a quien de vez en cuando le da por ser científico o historiador sin mucho acierto, como cuando afirmó que sus antepasados habían luchado “contra todos los imperios”, incluido el inglés y hasta el romano.
Ni siquiera la enfermedad ha baldado el ingenio de Chávez, quien de cara a la campaña electoral ha encontrado en Henrique Capriles Radonski el destinatario privilegiado de sus salidas de tono y su coprolalia efervescente. Lo cual, por otra parte, resulta apenas comprensible en el fragor de una contienda política que por primera vez enfrenta al mandamás de la V República con una oposición sólidamente articulada.
Pero una cosa es polemizar con el adversario, o incluso insultarlo y hacer mofa de él y otra muy distinta resucitar en su contra, desde los medios de comunicación del Estado del socialismo del siglo XXI, los fantasmas del antisemitismo de los siglos pasados, tal como lo ha hecho la Radio Nacional en una nota editorial recientemente publicada. Dicha nota calificaba a Capriles como “amenaza sionista”, y sin pudor alguno resumía para desacreditarlo los lugares comunes, las teorías de la conspiración, y los prejuicios más burdos que han dado pábulo al odio y la persecución del pueblo judío en tiempos modernos.
Así ha quedado en evidencia una faceta grotesca de la revolución bolivariana más o menos bien disimulada hasta ahora. Tal vez sea consecuencia del hermanamiento perverso de Chávez con Ahmadineyad y con Hezbolá. O quizá haya sido siempre parte esencial, aunque solapada, de su proyecto ideológico. No importa. Es una razón adicional y suficiente para volver a denunciar y condenar el chavismo, en todas sus formas y manifestaciones.