AUTOCRÍTICA
No todo lo que brilla es oro
EN un texto escrito para Project Syndicate días atrás, el excanciller Rodrigo Pardo se refirió a Colombia como “un ejemplo de cambio en América Latina”. Según, como parte de ese cambio “La diplomacia colombiana también vive una época de oro. Santos ha mejorado las relaciones con los países vecinos y la subregión andina como un todo, a pesar de un profundo desacuerdo ideológico con sus gobernantes”.
No cabe duda de que el actual gobierno le ha impreso a la política exterior un rumbo distinto en más de un sentido. El cambio de tono en la relación con el entorno vecinal, los esfuerzos por presentar una agenda exterior positiva, por diversificar la interlocución diplomática y buscar nuevos horizontes de proyección internacional, por integrarse activamente a las nuevas dinámicas regionales, y por fortalecer la capacidad institucional de la Cancillería a través de iniciativas como la creación del Centro de Pensamiento Estratégico o el fortalecimiento de la carrera diplomática, constituyen apuestas importantes que confluyen todas en la pretensión de hacer de Colombia un país líder, y más aún, una “nación indispensable”, por lo menos en el concierto latinoamericano.
Pero para lograrlo hay todavía un largo camino que recorrer. Es necesario establecer prioridades, definir posiciones y asumir conscientemente los costos que ello implica, reconocer vulnerabilidades, liquidar algunas herencias del pasado -unas coyunturales, otras estructurales- y potenciar algunas de ellas, y sobre todo, dar respuesta a la pregunta fundamental: qué tipo de orden mundial le interesa a Colombia promover y construir, y qué papel aspira a desempeñar en él, desde su posición específica en el sistema internacional.
El bochornoso incidente judicial del embajador Visbal, la borrasca que aún se cierne sobre la Cumbre de las Américas, las suspicacias con Brasil y los desencuentros que éstas generan, las precariedades que limitan aún la inserción del país en Asia-Pacífico, el enrarecido clima que a veces se respira en la relación con las agencias de Naciones Unidas que operan en Colombia, las dificultades para redefinir los términos de interlocución con algunos actores en temas cardinales como los derechos humanos, dan cuenta de la compleja tarea que tiene en sus manos la Cancillería.
Sería injusto demeritar los logros obtenidos durante estos 19 meses del gobierno Santos. Tanto como sobreestimarlos o cerrar los ojos a las dificultades, las inercias negativas y las equivocaciones. Si la diplomacia colombiana ha de avanzar definitivamente hacia su “era dorada”, hay que empezar por admitir, (auto) críticamente, que no todo lo que brilla es oro.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales