DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 12 de Abril de 2013

Víctimas con vocación de paz

 

Colombia  tiene un tesoro invaluable y desconocido en 5 millones de colombianos víctimas de la violencia que, en su inmensa mayoría, tienen vocación de paz y de perdón.

Sí, el sufrimiento extremo los ha purificado, como el oro en el crisol, los convierte en ángeles de la guarda de la sociedad, que claman para que su dolor no se repita en otros.

Por estas razones, es inconcebible que sus voces se pretendan hábilmente silenciar. La expresión pública de sus tragedias funciona como un mecanismo de sanación, de liberación de su dolor contenido, les permite sentirse acompañadas, queridas, reconocidas como interlocutores de primer nivel con la sociedad. Y nosotros al escucharlas nos miramos en el espejo de nuestras propias miserias, nos reconocemos en su memoria que es la de Colombia, despertamos de la indiferencia defensiva que nos llevó a taparnos los ojos y los oídos para creer que el horror no tenía nada que ver con nosotros. Es una purificación mutua de la  memoria.

Son ellas, las víctimas, alzando sus voces, quienes le darían más legitimidad al proceso de paz, y son ellas también quienes con su vocación individual de perdón nos llevarían de la mano a la reconciliación. Pero generosidad no significa silencio, ni impunidad, ni mucho menos ocultamiento de la verdad. Con verdad, con justicia transicional y con perdón avanzaríamos en el proceso de paz.

El trato a las víctimas, y su reconocimiento más allá de la aprobación de su ley, empieza con su dignificación. Y debemos empezar por un trato digno dentro del escenario democrático. No permitir que las instrumentalicen en el juego político de la polarización y los odios. Es indispensable que se alcen sus voces testimoniales, no los gritos ensordecedores y el ruido de la propaganda política, con el pretexto de defenderlas. Basta analizar las consecuencias de la ideologización de las víctimas en otras latitudes  para ver  las consecuencias nocivas para la democracia y para su propia sanación.

El mayor Javier Rodríguez, secuestrado durante 9 años por las Farc, pidió ayer que se organice  una marcha de los victimarios pidiendo perdón y comprometiéndose a no repetir las atrocidades. Él dibuja el pensamiento de miles de compatriotas. Perdón sí, pero no gratuito. No por decreto. Reconciliación profunda entre los colombianos y no mediática. Las víctimas tienen vocación de paz, pero no son bobas.

Valdría la pena reflexionar sobre unas palabras de Juan Pablo II sobre el perdón “No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón”

“La verdadera paz, pues, es fruto de la justicia, virtud moral y garantía legal que vela sobre el pleno respeto de derechos de deberes, y sobre la distribución ecuánime de beneficios y cargas”. Y más adelante agregaba “el perdón en modo alguno se contrapone a la justicia, porque no consiste en inhibirse ante las legítimas exigencias de reparación del orden violado. El perdón tiende más bien a esa plenitud de la Justicia que conduce a la tranquilidad del orden y que, siendo mucho más que un frágil y temporal cese de las hostilidades, pretende una profunda recuperación de las heridas abiertas. Para esta recuperación son esenciales ambos, las justicia y el perdón”.