EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 1 de Abril de 2012

Los perfumes del alma

EL origen de los perfumes está directamente relacionado con la espiritualidad. En la Edad de Piedra se quemaban maderas como ofrendas a los dioses, acciones que con el transcurrir del tiempo derivaron en los rituales que aún hoy tienen las tradiciones de sabiduría más relevantes para la humanidad. Sí, con las esencias se purifica, se libera, se establece una conexión con lo trascendente. Pero también los perfumes son desde hace siglos elementos cosméticos para estimular al olfato y favorecer a la estética. En la Francia decimonónica se popularizaron las colonias, salvo en el gremio de los filósofos, quienes preferían ser reconocidos por su mal olor, en un acto de rebeldía y posiblemente de fidelidad a la propia esencia. Sí; los perfumes, tan maravillosos para los sentidos, terminaron ocultando lo que va por dentro. Infortunadamente en ocasiones creemos que con maquillajes y aromas espléndidos tenemos la vida resuelta.

La estética, con muy buena intención, ha terminado por desplazar a la interioridad y privilegiar lo efímero. No estoy en una cruzada anti-perfume, ¡ni más faltaba! Sólo que todos los seres humanos tenemos la posibilidad de contactar con esos perfumes que no terminan. No en vano hablamos de esencia como aquello que es la verdadera naturaleza de cada cosa; o nos referimos a un perfume o un licor fino como espirituoso. Entonces, ¿cuál es el sentido de cambiar nuestra esencia, nuestro espíritu -lo permanente- por algo externo y efímero, atractivo, pero superfluo? Seguramente porque contactar con lo exterior es más sencillo que comunicarse interiormente; porque es más cómodo vivir en la apariencia reconocida por otros, que en el anonimato del diálogo interior. No es que no sea agradable, y mucho, usar una loción diseñada delicadamente con extractos de maderas, frutas y alcoholes, todo en su justa proporción; el punto es que por debajo podemos seguir con malos humores de resentimiento, miedo, confusión, parálisis y desamor, además de perdernos el aroma propio de la piel.

Cuando nos atrevemos a profundizar en busca de nuestra esencia, atravesando lo doloroso y lo incómodo, podemos descubrir los perfumes del alma, esas notas de aroma que nos conectan con el amor, la solidaridad y el sentido último de la existencia. Y cuando nuestra existencia está plena de sentido, todo huele bien, todo se ajusta, como las piezas de un rompecabezas.

Vistas desde la esencia, las dificultades de la vida se pueden transformar en lecciones de vida: el dolor puede servir para sanar, la frustración se puede transformar en oportunidad, la confusión y el caos pueden dar paso a nuevos órdenes existenciales. Los perfumes del alma no se venden en ningún duty-free; están en nosotros, de nuestra piel hacia adentro. Basta con agudizar el olfato.