Estamos acabando el 2020 que será recordado como "el año de la pandemia", la culpable de un obligatorio encerramiento que casi termina con nuestros nervios y nuestra paciencia. Ha sido una larga y muy penosa vigilia que en no pocos hogares fue motivo de distanciamientos y querellas y en otros, afortunadamente, de reconciliaciones y amorosos reencuentros. Esta pandemia global cambió dramáticamente nuestra vida social y la manera de interrelacionarnos y ha significado pérdidas en todos los sentidos. La gran incógnita que persiste es cuándo terminará. Se habla que dentro de un año y también que hasta cinco.
De todas maneras nos tendremos que recuperar y al mal tiempo hacerle buena cara. Este encierro también ha traído, en no pocas ocasiones, una erosión en las relaciones interfamiliares y en la manera de ver nuestro futuro. Nunca habíamos padecido un daño emocional de estas proporciones. Sobre todo el mal genio ha hecho su agosto en los espíritus, con tendencia a la impaciencia. Lo que muchos tienen que padecer no estaba entre los cálculos sociales y en muchas oportunidades ha sido pretexto para amargarnos la vida. Añoramos nuestras viejas costumbres y no sabemos si las vamos a recuperar.
De todas maneras estos malos tiempos pueden y deben ser propicios para reflexionar e innovar en las cosas bellas que nos rodean y una excusa para fortalecer lo mejor posible los lazaos de amistad y amor con nuestras familias y nuestras amistades. Habrá que confiar que las cosas mejorarán y todas estas penurias será cosa el pasado.
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En contravía de la paciencia que aconsejan los tiempos que corren y, sobre todo, de la necesidad de integración y de unidad para enfrentarlos de la mejor manera posible, el señor Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, fiel a su manera de ser y a sus erráticos comportamientos a los que nos tiene acostumbrados, se ha empeñado en amargarle la nítida e incuestionable victoria a Joe Biden. Indudablemente está perjudicando la limpia tradición democrática estadounidense y está haciendo parecer a su país como cualquier república bananera.
Esta situación está perjudicando gravemente las buenas relaciones de los Estados Unidos con sus aliados, especialmente con la Unión Europea y ha servido para hacer más difícil las negociaciones sobre el retiro británico de la comunidad continental. Este divorcio tendrá consecuencias catastróficas de toda índole y será aprovechado por los asiáticos, muy especialmente los chinos, para tratar de sacar ventaja de esta guerra comercial y cultural.
No parece haber arreglo a la vista y aunque hay acercamientos optimistas, las cosas no parecen fáciles. "No será la primera vez que dependamos de nuestras propias decisiones. Esta ha sido nuestra manera más constante de comportarnos" ha escrito The Times. Será un mal ejemplo para todos porque la búsqueda de consensos y metas comunes es la mejor manera de poder enfrentar con relativo éxito lo grandes desafíos contemporáneos.
Adenda: Desde luego, y es de elemental justicia reconocerlo, nuestro presidente Iván Duque ha sabido capotear las tormentas y está llevando la nave del Estado a puerto seguro. No sobra esperar que los partidos políticos lo sepan acompañar y no le pongan "palos a las ruedas". El mandatario se ha hecho merecedor de la confianza de todos sus gobernados.