Carne de cañón
SER soldado es un oficio que, aunque noble y gallardo, va en contra de todos los postulados evolutivos planteados por Darwin, pues no es connatural del hombre exponer su vida batallando contra unas personas que no conoce por defender a otras que tampoco conoce (Salvo sus padres, quienes representan el 0,000005% del país al que le sirven). Entonces ¿qué hace que un joven vaya en contra de sus concepciones racionales, que lo incitan a salvaguardar sus genes para trascender a la próxima generación, y desafíe sus más profundos instintos empuñando un fusil con botas pantaneras en la mitad de la manigua? Bueno, pues hay dos opciones: la primera, porque quiere o, la segunda, porque lo obligan.
Partamos de una verdad a pie juntillas: no todos sirven para la guerra. Esta postura ha sido respaldada desde tiempos pretéritos por grandes tratadistas militares como Sun Tzu o Maquiavelo, quienes se hicieron a un prestigio por analizar minuciosamente las claves que los ejércitos debían aplicar para alzarse con la victoria. Con estas lecciones que la historia nos ha legado, el debate sobre la existencia de un servicio militar obligatorio cobra vital importancia, pues en nuestro país se ha cultivado la falsa idea de que la lucha contra la guerrilla se gana teniendo un brazo bélico de proporciones épicas, descuidando la calidad de su preparación. Nunca la montonera en un combate asegura la gloria y que lo digan los persas, cuya descomunal armada sucumbió ante los míticos 300 espartanos en la batalla de Termópilas.
Tras la masacre de las Farc en Arauquita, que se llevó consigo a 11 héroes de la patria, uno de los padres de las víctimas dijo en televisión nacional que su hijo llevaba muy poco tiempo bajo la disciplina castrense y por ello cuestionaba qué tanto sabía él del combate contraguerrilla. Esas palabras, mitad melancolía, mitad rabia, son la perfecta sinopsis de lo que sucede cuando la lógica darwiniana que expuse se ve alterada en una persona obligada a prestar el servicio militar: No hay motivación ni convicción en la causa que los impulse a seguir a su líder “en la vida y hasta la muerte, sin temor de un peligro mortal”, como diría Sun Tzu.
¿En dónde radica la importancia de ir al frente de batalla porque se quiere y no porque tocó? Muy sencillo, es lo que los antiguos comandantes chinos llamaban “La Iniciativa”, elemento intangible que puede significar el punto de quiebre entre ganar o perder. Hoy ese concepto se conoce como “La moral de la tropa”, es decir, la actitud que impulsa a un hombre para salir a entregarse por los desconocidos que comparten su misma bandera. Alguien que encuentre estimulante esta profesión contará por dos en la selva, mientras el que no tuvo el dinero para eludir su destino será medio, un ente con el cuerpo camuflado y la cabeza distraída, sólo carne de cañón. El patriotismo no puede allí donde la voluntad es precaria, dejemos elegir a los jóvenes si quieren o no entrar a la ruleta de la guerra.