Los escoltados y sus esquemas
Por mucho tiempo el complicado tema de escoltas y escoltados ha permanecido dolorosamente incrustado en el corazón de funcionarios, autoridades e instituciones responsables de administrar y suministrar este tipo de asistencia tan de moda en Colombia. Les confieso que se trata de una labor difícil de manejar, pues la instalación e implementación del esquema en un principio son recibidas con prevención, humildad y modestia por la persona objeto de cobertura en seguridad, pero con el tiempo muy fácilmente se va dinamizando y se torna necesario e irremplazable convirtiéndose en demanda, imposición y exigencia cuando se habla del desmonte, bien sea abrupto o paulatino; ese paso es más dificultoso de lo imaginado, por no decir imposible, pues la persona que por diferentes razones debe verse beneficiada (si se le puede llamar así a esta situación) cuando la amenaza desaparece o terminan las responsabilidades frente a determinada misión, no quiere por ningún aspecto entregar el esquema y mucho menos los medios puestos al servicio del personal destinado a la seguridad.
No voy a cuantificar el costo económico que esta asistencia representa para el Estado, bástenos saber que los vehículos, el armamento, el equipo y el personal tienen uno muy elevado que los beneficiados no se imaginan, pero desean seguir usufructuando, recurriendo a todo tipo de maniobras buscando evitar perder esa gabela que por destino les llegó al paso.
A lo anterior se debe agregar un escenario más complicado, y me refiero al abuso y mal uso del esquema por parte de los escoltados, quienes en últimas ponen sus medios al servicio de la familia sacrificando su propia seguridad en aras de comodidades domésticas, situación muy molesta para las unidades destinadas a protección, si consideramos que su actividad está destinada a guardar la integridad del personaje, tarea para la cual fue preparado con un entrenamiento especial acompañado de formación eminentemente defensiva, por lo tanto no se puede acomodar a responsabilidades dirigidas al cuidado de señoras y mucho menos de niños.
Deben recordar que quien necesita escolta se convierte en prisionero de sí mismo, estado extensivo a los parientes más cercanos, generando una serie de limitaciones en las actividades cotidianas producto de la amenaza, obligándose a restringir gran cantidad de movimientos algunos laborales pero en su mayoría sociales, como asistencia a restaurantes, bares, cines, teatros o sitios públicos incluyendo espectáculos deportivos, debiendo reducir desplazamientos fuera de la ciudad a más de paseos dominicales en compañía del entorno familiar, y romper rutinas sobre relaciones amistosas y aun con emparentados, alterando horas de salida y regreso a la residencia, debiendo comunicar cualquier demora de itinerarios al encargado de la seguridad. Como ven, queridos amigos, andar encuadrado en un esquema de seguridad obliga a perder privacidad. De lo contrario renuncien al servicio.