GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 16 de Marzo de 2012

Entre la ley y la cultura

Como si fueran caminos paralelos, o peor aún, divergentes, la ley y la cultura sólo se cruzan cuando algo genera un click, un fuerte punto de quiebre que permite que las leyes cobren sentido humano, se metan en la piel e intervengan en el comportamiento.
Las leyes se escriben en recintos cerrados, y las firman y sancionan las doctas autoridades de turno. Las leyes son un requisito y una creación de las sociedades en busca de  civilización.
La ley manda, permite o prohíbe.
La cultura, en cambio, se pasea por las calles; la escriben los trompetistas y los obreros; los malabaristas y los arquitectos; los aguaceros, los velorios y el diálogo inconcluso entre el  pan fresco y el hambre añeja.
Obvio, no me refiero a lo culto de una sinfonía, sino a la cultura como expresión social, como actuar colectivo, tradición y vocación del ser y el hacer cotidiano.
En términos de direccionalidad, las leyes vienen del exterior al interior de las personas; algunas veces se parecen a esos vestidos hechos por un sastre que nunca ha visto el cuerpo que va a envolver, y la confección es tan deficiente, que  genera más burla que  respeto.
La cultura, por su parte, viene desde lo más íntimo, y se alimenta de cuanto sucede a su alrededor; y ese rededor es producto y reflejo de lo que pasa por dentro. La cultura se asemeja  a una cinta de Moebius, en la que el interior y el exterior giran, para juntarse sin solución de continuidad.
Sociedad y cultura se moldean mutuamente y pertenecen a la misma dimensión. Por eso cambiarlas toma años, guerras, guillotinas, o -en el escenario ideal- respetuosos y accesibles procesos pedagógicos, que partan de un profundo conocimiento de la naturaleza humana.
El mundo rompió muchas y muy horribles cadenas cuando promulgó las leyes contra la esclavitud y contra el racismo. Pero la discriminación racial, por prohibida que esté, sigue dándose; menos sangrienta y más sutil; quizá porque está a medio cubrir, con un antifaz que mezcla dignidad con hipocresía, evolución con falsedad.
Así como esta rareza de la  primavera astronómica que llegará el 20 de marzo, y que permitirá ver en el mismo cielo a Marte, Venus, Júpiter y Saturno, las cámaras de algunos noticieros siguen registrando con mirada  particular, cuando los representantes de las comunidades indígenas hablan en el Senado. Famosas revistas nacionales e internacionales se divierten publicando las imágenes de mujeres negras (desnudas o vestidas) contrastando con mujeres blancas (amas o empleadas); y unas y otras se prestan o se venden para posar.
En la reciente feria de Anato, el stand promocional de Cartagena tenía como atractivo a un afrodescendiente encadenado.  Su Alcalde, con íntegra razón estalló en ira, y el Programa Presidencial para el Desarrollo Integral de la Población Afrocolombiana también rechazó enfáticamente el exabrupto. Pero… ¡a ver! Antes de llegar al stand, ¿cuántos funcionarios  habían dado su visto bueno a tan estúpida publicidad?
La ley manda, permite o prohíbe. Pero como es la gente la que vive, la que siente y actúa, ahí es donde habría que concentrar los máximos esfuerzos.
ariasgloria@hotmail.com