…Consienta mucho a Bacatá…
Todo en la vida tiene un costo, y por alto que éste sea, cuando la relación frente al beneficio obtenido u obtenible es favorable, uno dice que vale la pena, y se mete la mano al bolsillo del jean, del intelecto o del corazón, y paga con tranquilidad, con alegría, o al menos sin remordimiento.
Uno asume un remedio doloroso, cuando es catastrófica la enfermedad que se pretende curar. Uno busca o admite una ruptura, cuando continuar con un trabajo o con una pareja, se torna insoportable.
Uno se desvela por un buen libro, se aturde en el tráfico para llegar a un teatro, corre el riesgo de enamorarse, monta en globo o en chalupa, y así se pasa uno la vida haciendo transacciones más o menos trascendentales y onerosas, según. Según todo. Según uno mismo. Según el número de palpitaciones por milímetro cúbico de tristeza, de valor, de euforia o de tormentas. Según la cantidad, como diría mi nieta, de “charcos de arcos iris” que uno vaya creando o encontrando en la vida.
Hay costos enormes, que duelen, pero que uno debería ser capaz de asumir con cierto grado de serenidad, sabiendo que al hacerlo se está salvando de algo peor.
Por ejemplo, caso extremo de resignación o generosidad: uno podría llegar a pensar que si era la única forma de llegar a la razón de los electores, ¿se justificaría el sacrificio de Bogotá, en aras de evitar la nefasta eventualidad de un gobierno nacional presidido por el actual alcalde de la capital?
¿Es mejor que ocho millones de bogotanos pasemos por el purgatorio del Petro-alcalde, y no que en unos años 50 millones de colombianos tuviéramos que pasar por el infierno del Petro-presidente?
Lo que sería inadmisible sería quedarse con el pecado y sin el género. Es decir, aguantarse este espanto de alcaldía, y al final no haber aprendido la lección.
En mi opinión, Petro ha resultado peor. Peor que él mismo, que es mucho decir.
Por ejemplo, son reconocidas sus muestras de deslealtad e incoherencias. Pero se decía que era (o es, pero lo disimula) un hombre inteligente. Ahí ha resultado peor.
Uno sabía que avivaría las luchas de clases, porque durante su campaña nunca ocultó sus resentimientos y su desprecio (cuando demagógicamente le convenía) por las elites. Pero, los petrodesatinos han sido brutalmente democráticos, perjudicando a diestra y siniestra. Siniestra -buena palabra para el tema que nos convoca-. Ahí también, peor.
De hecho, la más vulnerada con el desastre del transporte público, no ha sido precisamente la clase alta.
Su más reciente exhibición de desconocimiento sobre lo que es una Alcaldía Menor y los problemas mayores que enfrentan barrios de Bogotá, no fue sobre la ecología demográfica del Chicó Oriental, sino sobre los Mártires, el Bronx y el alcalde del twitterazo.
Mejor dicho, a Petro le ha rendido el tiempo para clavarse él solito la estaca del descrédito. Consienta mucho a Bacatá, señor Alcalde. A la de cuatro patas, claro. Porque a la de 16 millones de manos, yo creo que usted ya la perdió.