GUILLERMO LEÓN ESCOBAR | El Nuevo Siglo
Martes, 28 de Febrero de 2012

El Papa bajo asedio

Nunca  ha sido fácil gobernar a la Iglesia y menos ahora. La tarea del Papa es difícil, compleja y llena de escollos. Paradójicamente hay más enemigos adentro que afuera y quienes están dentro son más certeros en sus ataques porque golpean de sorpresa conociendo donde duele y se causa un mayor perjuicio. Jesucristo mismo lo experimentó teniendo un traidor entre sus filas que luego -¿arrepentido?- se suicidó sin por ello arreglar el mal que había producido. Otro de los propios lo negó tres veces pero fue perdonado. (Cada quien es dueño de su propio miedo o de su propio coraje). Y llegó a ser grande en la fe.
Lo que sucede es la materia humana con la que están hechos estos personajes, que es la misma nuestra, y en la que aparecen de improviso todas las fortalezas de las debilidades, miserias que algunos disimulan con los oropeles de honores que deberían ya haber desaparecido y que, si bien Juan XXIII y Paulo VI redujeron, todavía falta terminar la tarea. Nadie olvida la ira de algunos cardenales de entonces al saber que el Papa Juan había reducido la cola del hábito cardenalicio de 16 a 9 metros, ira que se acompañaba de la preocupación de los “caudatarios” que veían cómo empezaba a tambalearse su empleo. Menos mal que hubo otros purpurados que aplaudieron la norma.
El Papa -éste y los anteriores- ha insistido en que el servicio a la Iglesia no es una carrera de honores sino de servicios. Lo que una vez más se ha puesto en evidencia es que quien no ve satisfecha su vanidad se torna en enemigo. Tal es el caso de aquel que no fue convocado para ser “eminencia” (cardenal) y tuvo que contentarse con continuar siendo “excelencia” (obispo) y dada esa ofensa se acordó de revelar lo que había guardado en secreto de las debilidades de los otros. Olvidó que ser convocado al obispado y demás es “servir con excelencia hasta el compromiso de la propia vida” por el Evangelio.
Otros que hacen daño -y mucho- son aquellos pletóricos de vanidad. Llámanse en Roma los “pavos reales”. Son esos que se autoproclaman como “íntimos amigos del Papa”, que les dicen a los provincianos que su superior no da un paso sin consultarlo con ellos y que en algunos casos -si bien han perdido el favor y el aprecio- continúan posando de indispensables. Hay gentes que no se saben retirar, que no aceptan el peso del calendario y que en su senilidad evidente crean visiones que esperan sean compartidas por sus semejantes. (Hay ancianos sanos, inteligentes y capaces, pero no todos comparten este privilegio y dañan al final de su vida algunos méritos que las gentes estarían dispuestas a reconocerles).
Menos mal que el Papa no desperdicia el tiempo de su Misión en esas autofiltraciones de misivas privadas y de amenazas de muerte china y ha pedido dejar tantas tonterías y regresar a la oración y al cumplimiento de la Misión encomendada.