JAVIER A. BARRERA | El Nuevo Siglo
Sábado, 17 de Marzo de 2012

Bajo la superficie

Sorprende  volver a Medellín y descubrir que la ciudad, si bien no ha crecido a un ritmo desenfrenado, está al borde de consolidar problemas urbanos que la pueden castigar más de lo que sus habitantes parecen advertir.
Podría hablar de la falta de orden que se vive en las calles: carros parqueados sobre las vías sin consideración por el tráfico, motociclistas que transitan sin protecciones obligatorias y un general irrespeto por el peatón.
Sin embargo, más allá de esto, lo que realmente sorprende es la flexibilidad con que la Administración y los ciudadanos parecen estar abordando el problema.
Igualmente podría hablar sobre el costado occidental del río Medellín, el cual se ha convertido en un centro de distribución y consumo de drogas, colonizado por la población indigente de la urbe. El paisaje de la orilla del río es similar a aquel que Bogotá vivió en los 80 cuando algunos bordes de la carrilera se estaban convirtiendo en tierra de nadie para luego consolidarse como un problema urbano y de orden público.
Peor aún cuando se trata de problemas de orden público. El asentamiento de vendedores y consumidores a la orilla del río es un problema menor en comparación con lo que se vive en barrios como El Picacho, La Sierra, algunos sectores de Robledo (en Medellín) o El Rosario y Calatrava (en Itagüí).
Zonas convertidas en tierra de nadie, donde los ciudadanos están obligados a vivir bajo la autoridad de “combos” armados que deciden quién entra, quién sale o incluso quién vive y quién muere. Niños entre los 14 y 18 años que son los nuevos “gatillo fácil” de la ciudad.
Barrios donde, a pesar de que todos saben quién es quien, reinan el silencio y la impotencia de vivir sin reclamo la muerte de un vecino o un estudiante. La extorsión a buses o locales comerciales e incluso a cobradores que viven de la venta de productos por catálogo se ha convertido en el pan del día a día.
Una ciudad que, en teoría, se había logrado “sanear” durante la administración de Fajardo cuando, al parecer, bajo el silencio de la superficie administrativa se ha permitido el fortalecimiento de poderes armados capaces de mantener al distrito al margen de sus zonas.
Zonas que se han auto-marginado de la institucionalidad y que hoy empiezan a salir a la luz del día con más fuerza y control. Después de pisar las calles del barrio Calatrava en Itagüí, no queda más que preocuparse por un problema cuya solución puede dejar una dolorosa y triste cicatriz en la memoria de esta ciudad.
@barrerajavier