JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 27 de Febrero de 2012

Las advertencias del Minagricultura

El  ministro de Agricultura, Juan Camilo Restrepo, se encuentra en medio de reformas y cambios profundos dentro del sector.  Su advertencia a la Junta Directiva del Banco de la República sobre los incrementos en las tasas de interés no refleja una simple discrepancia entre autoridades del área económica sino la preocupación muy clara de que las mejoras institucionales que buscan la regularización en la tenencia de la tierra y su despegue productivo pueden ponerse en riesgo.
Efectivamente el ascenso de las tasas de interés tiene un efecto revaluacionista sobre toda la economía pero el sector agropecuario tiende a ser vulnerable en extremo a estas variaciones. Las tasas de interés sobre préstamos agropecuarios se imponen desde fuera del sector -fenómeno nocivo en Colombia- cada vez con menor percepción cuantitativa en el nivel micro hacia las condiciones financieras, liquidez y riesgo inherente a la actividad, factores todos que gravitan sobre prestatarios.
Todos debemos entender que las grandes subastas y adjudicaciones de centenares de miles de hectáreas que se avecinan no envuelven sólo traspasos y titulaciones. El presidente Santos y el ministro Restrepo han sido firmes en expresar que se trata de una revolución agraria y campesina que mejore sustancialmente en el mediano plazo ingresos y calidad de vida. Es que no puede ser de otra manera porque el campo es el segundo sector generador de empleo en la economía después de los servicios.  No se trata de prolongar ad infinitum una economía agrícola ineficiente que nos viene de la colonia sino de proyectarla competitivamente dentro de las corrientes globales de bienes agropecuarios que cada vez incorporan mayor valor agregado.
Para lograrlo es necesario pensar en un sector agropecuario  como industria altamente intensiva en capital. Fue precisamente eso lo que hizo F.D. Roosevelt en tiempos del New Deal. También lo que se llevó a cabo en los albores de la Comunidad  Europea en las décadas del 50 y 60. No sólo subsidios (transparentemente implementados, valga anotar) sino tasas de interés competitivas fueron dispositivo de despegue y modernización.
Un ejemplo a la mano: Canadá, potencia agrícola global, ha duplicado en los últimos 15 años la deuda del sector agropecuario  pero en el mismo lapso el producto neto ha crecido a razón de 6.7 por ciento anual. Cifras que muestran  los altos rendimientos que pueden obtenerse.
Pero las altas tasa de interés afectan los mercados agrícolas por otros canales. Primero, el impacto en los costos de tenencia de inventarios; segundo, en inversiones clave como adquisición adicional de tierra, maquinaria e insumos, y finalmente en el riesgo asociado con incrementos en la carga financiera. Los precios de almacenamiento deben compensar la tasa de interés que deja de ganarse; se sitúan en un nivel superior, la decisión es simple: no acumular inventarios, lo cual afecta adversamente estabilidad y buen precio de los distintos productos. Tasas altas disminuyen utilidades esperadas haciendo que préstamos y costos de producción se disparen. Las tasas son además factor crítico al ser determinado el valor patrimonial de activos dentro del sector y en estructuras impositivas como la colombiana es perjudicial en grado sumo el resultante impacto tributario. El riesgo, aquel imponderable en que vive el agricultor (clima, fluctuaciones abruptas en los precios) se agiganta con tasas elevadas.
Los incrementos en los intereses no son tema monetario y nada más. En su  manejo prudente y pro productivo se encuentra la condición del éxito de la revolución agraria de la administración Santos.