Control y vigilancia
POR alguna extraña razón, nadie en este país mete las manos al fuego por lo que se supone que debe hacer el Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos, Invima.
Recientemente fue el extraño asunto de Revertrex, con las pataletas de Amparo Grisales de por medio y hace apenas un par de meses los procedimientos estéticos de Jessica Cediel, que salieron en todas las noticias y que tienen detrás un par de demandas. Ambos casos en los medios por cuenta de la farándula, pero montones escondidos detrás del anonimato de las víctimas.
Cuando se pregunta a alguien que medianamente entiende del tema sobre la institución, las respuestas son vagas y extrañamente decepcionantes. Que el control, si es que acaso existe, es fácilmente evadido, que no puede responderse por los compuestos de los medicamentos porque nadie sabe a ciencia cierta cuáles son los procedimientos utilizados por el Invima, que la actuación de la institución es una mala copia de aquello que hace la FDA en Estados Unidos.
Lo más preocupante es pensar que hoy están más interesados por la publicidad de los productos que por los compuestos de alimentos y medicamentos, como si escribir en un papel que el alcohol es perjudicial para mujeres embarazadas fuese en algo más útil que revisar si realmente productos invasivos cumplen los requisitos mínimos para no terminar enviando a pacientes directamente a las tumbas.
Pero hay un punto que me causa aún más curiosidad. Los medicamentos genéricos que ofrecen las EPS tienen valores tan abismalmente inferiores a los medicamentos de marca que tienen como compuesto la misma molécula, que más allá de las ganancias de los laboratorios, no deja de despertar increíbles interrogantes sobre la verdadera composición de aquello que entregan a cada enfermo, aunque sea simple Acetaminofén.
Incluso por lo que se dice, las demandas son comunes, pero la responsabilidad se les adjudica a los médicos encargados de las investigaciones y la institución permanece campante como si nada sucediese. Como si un Instituto Nacional pudiese dar simplemente un sello sin el respaldo científico que merece la salud de millones de colombianos. Insisto, parece que nadie mete las manos al fuego por tan importante institución, y lo que es aún peor, parece que nadie la controla. Vaya problema.
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Último vagón. ¿Podría alguien decirle al señor Alcalde de Bogotá que el atraso no depende de los buses sino de un sistema institucional que toma decisiones sin fundamento técnico como ha venido pasando en los últimos años?