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Ocasión de ésta y posiblemente de otras columnas más, son “mi yo y mis circunstancias” cuando en estos primeros meses de mis 90 años, a partir del 12-11-23, voy tratando de recoger aspectos positivos que he vivido y palpado en mi existencia, que me han enriquecido en mente y corazón, riquezas que quiero aprovechen a mis contemporáneos, y a las nuevas generaciones.
Ese faro de luz que es Jesucristo, hecha una multiplicación de panes y de peces, ordenó “recoger los sobrantes”, para que no perecieran (Jn. 6,13). Recojamos nosotros tantos sobrantes a nuestro lado para que lo disfruten los humanos.
Los que al mismo Dios complace en la belleza y riqueza de su creación, en medio de la cual está el ser humano, “creado a su semejanza” (Gen. 1,26), y “descanso” Dios, satisfecho de su obra creada (Gen. 2, 1-3) y continuó el ser humano la obra maravillosa que Dios le encomendara (Gen. 1, 23-30).
De suma importancia toda la obra de Dios, importante para nosotros a partir de la tierra, y, allí, importante hasta ahora conocido, con gran labor de los científicos y la voz cantarina de un Francisco de Asís, y resaltado por el Papa Francisco, sin olvidar la obra visible
suprema, como es el hombre, y las maravillas que éste va realizando, dócil al llamado divino.
Cantar maravilloso de toda la creación, y del infinito creado, aún desconocido, que abre con discreción sus maravillas, gracias a consagrados y científicos, que con discreción y prudencia van haciéndola. Maravilloso este esfuerzo de un Agustín de Hipona o de un Tomás de Aquino, de un Gutenberg o un Miguel de Cervantes, de un Einstein, y de un Teilhard de Chardin o de un José Celestino Mutis, a quienes la humanidad del ayer y de mañana tanto debemos. Haber puesto atención a ellos, así hayan sido mediana, es una de mis grandes satisfacciones.
Larga la lista de los Papas, a quienes debe tanto la humanidad desde sus avances apostólicos como el pescador de Galilea convertido en protopostador del mensaje de Jesús y primera piedra de la Iglesia, y de otros Pontífices Romanos de recientes épocas, con tantos aportes a la familia humana. Un Pio IX, un León XIII, un Pío XII, y un Juan
XXIII, un Juan Pablo II, un Benedicto XVI y un Francisco, que con solo nombre han señalado los caminos de cooperación al Artífice Divino.
Es de gratitud, y de gran significado, encontrar en este listado de meritorios aportes a la familia humana, una pléyade de mujeres que, en las diversas ramas del saber, de la mística o de las letras, han dejado huellas de gran importancia como en Ávila o la gran Teresa y en Lisieux, la sencilla Teresita, ante todo con su precioso libro “Historia de un Alma”, y, en Colombia, la tunjana Madre Teresa del Castillo y en Chile con Gabriela Mistral.
Así, “la tierra se ha cubierto de flores”, abundantes ya, con el breve recuento que hemos hecho. ¡Alabado sea el Señor!.
*Obispo Emérito de Garzón
Email: monlibardoramirez@hotmail.com