MAURICIO BOTERO MONTOYA | El Nuevo Siglo
Lunes, 27 de Febrero de 2012

El pacto de muerte

El suicidio de los dos sacerdotes que ha estremecido la sensibilidad de la sociedad, es para los creyentes motivo de escándalo. Esto dicho sin dedos acusadores y recordando la parábola citada por el inteligente y bondadoso padre Llano sobre la pecadora.
En fin, nadie puede tirar la primera piedra, especialmente en la esfera de los afectos, de las pasiones. Pero como lo habrá notado también el padre Llano, callar no es suficiente.
El mutismo ante una bomba de profundidad de esa magnitud es un facilismo no menos calloso que arrojar la primera piedra. Sigo creyendo que la Iglesia apostólica originaria tuvo razón, mucha razón, permitiendo o promoviendo el matrimonio del clero, por ejemplo. Y como ocurre en la Iglesia Ortodoxa o en la Anglicana, quien opte por el celibato lo haga sin que su escogencia lo obligue a dejar su vocación.
Estas salvaguardas no impiden ni el suicidio, ni la homosexualidad, ni la pedofilia por supuesto. Pero generan entre las familias sacerdotales un clima menos solitario del desolado y desesperado que se advirtió en este magnicidio moral. Cuyo agravante fue involucrar a terceros en el desenlace.
Parece que por lo demás, según los informes de prensa, los dos curas fueron personas buenas. Trabajaban para la comunidad, se preocuparon por saldar sus deudas pecuniarias con la parroquia. Aun cuando terminaran por inmolarse en el altar equivocado. En fin, es imposible juzgar. Intentaron además evitar el escándalo con monstruosos resultados. Pero se advierte que les fue tan difícil afrontar su condición humana que prefirieron contratar sicarios.
Las enfermedades de transmisión de alguno de ellos debe ser también motivo de ponderación para las autoridades eclesiásticas. Duele decirlo pero las opiniones episcopales colombianas perderán eficacia si siguen mirando la paja en las casas de al lado y enmudecen la luz de lo que ocurre en la propia. Escándalos habrá hasta el fin de los tiempos. Pero el simple mutismo es del todo insuficiente para encarar lo que ha ocurrido aun cuando nos deje sin palabras, mudos y heridos de silencio.