Padecemos un verdadero viacrucis viendo jugar a nuestra querida selección colombiana de fútbol. Contando con individualidades muy brillantes y en ocasiones con un toque toque magistral, a medida que pasan los minutos se nos hace un nudo en la garganta porque nuestros jugadores no logran concretar en el arco contrario y cuando lo hacen no consiguen mantener el resultado.
Definitivamente nuestro onceno del alma en sus compromisos es una verdadera montaña rusa de emociones, pero no podemos demostrar "clase mundial" defendiendo nuestro tricolor.
Es muy evidente la falta que nos hacen James y Falcao, por eso Rueda necesita que todos sus jugadores den el máximo de sus capacidades en cada reto. En cambio, ver jugar al Brasil es como contemplar toda una sinfonía de belleza plástica y efectividad futbolística. Nadie desentona y todos trabajan para un mismo propósito: derrotar al adversario. Es una gran lástima que tengamos materia prima pero no la necesaria unidad para lucirnos como merecemos.
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Cumplimos cincuenta años de una estéril e inútil guerra que, además, esta irremediablemente perdida. Estamos hablando, claro está, de la lucha que hemos venido librando contra el narcotráfico. Y lo más grave es que esa lucha sin cuartel la hemos librado en las fronteras, viendo como cuando el alcaloide logra traspasar las fronteras norteamericanas está finalmente a salvo porque las autoridades de ese país son muy poco lo que hacen para incautarlo. Y, en cambio, si lo consumen a plenitud y cada año en mayores proporciones.
Es tristemente una guerra de papel que se libra tan solo para guardar las apariencias. Hoy los narcocultivos en nuestro territorio están más extendidos que nunca y sobrepasan las doscientas cincuenta mil hectáreas en varias partes de nuestra geografía, Como resultado de todo esto el famoso y cacareado Plan Colombia se ha vuelto un chiste flojo. Mientras tanto los infames guerrilleros del ELN están produciendo y cosechando a todo vapor y como si fuera poco, comercializando con todo éxito tanto en Estados Unidos como en Europa.
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Lo que está sucediendo en Nicaragua es además de bochornoso, criminal. Que Daniel Ortega, uno de los luchadores por la libertad hace treinta años, se haya convertido en un dictador y peor que Somoza contra quien se enfrentó, es otro de los episodios latinoamericanos que nos debe avergonzar a todos. Nuestro desarrollo político no ha logrado consagrar los valores democráticos como su eje fundamental.
Todo esto ha servido para resaltar el tremendo fracaso de los organismos multilaterales como la ONU y la OEA, así como de los Estados Unidos y la Unión Europea. No es concebible que en pleno siglo XXI existan sátrapas de la calaña del nicaragüense que, como si fuera poco, cogobierna con su propia esposa y tiene presos o en el exilio a todos sus opositores. Combatir esta lacra debería ser nuestra prioridad hemisférica.
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También llama la atención que los políticos y gobernantes de los Estados Unidos sigan pensando que su Congreso podrá regular y meter en cintura a los gigantes tecnológicos de la envergadura de Google, Apple, Amazon y Facebook. Gozan de una impunidad a toda prueba y nadie se atreve a ponerle punto final a sus desafueros.
Los mercados digitales no tienen ninguna clase de competencia y operan en forma por demás monopólica. Los usuarios están a su merced. Ahora las autoridades están tratando, también inútilmente, de restringir el funcionamiento de las plataformas. Todo en vano. Y a medida que crece su poder se hace cada vez más difícil su control.
Adenda Uno
Bizantino el debate sobre el número de muertos en los pasados disturbios. Unos dicen que sesenta y otros que treinta. Solo uno sería ya muy grave.
Adenda Dos
Otro drama dantesco que se ha podido evitar es el de las migraciones venezolanas. Colombia parece haber ya recibido a dos millones de hermanos de ese país.