Con todas las voces
Ha dicho el presidente Santos que hay disposición en los gobiernos de América para discutir el tema de la lucha contra las drogas y evaluar si la forma actual de hacerla es la mejor o si hay mejores opciones, siempre mirando los costos fiscales que implica cada una. No dijo nada respecto a los costos humanos, familiares, individuales. Nadie parece tener claro cómo sería un escenario sin perseguir la producción, el tráfico, el consumo de las sustancias alucinógenas. Hay en esto más globos de ilusiones que perspectivas concretas. Sin embargo, vale la pena discutir el tema abiertamente, sin negar nada de lo que las drogas han hecho sobre la realidad individual, social y ecológica del planeta entero.
Pero en la discusión deben caber todas las voces. Hoy día en casi todos los foros públicos predominan las voces liberalizantes, viendo con incomodidad otras posiciones, calificándolas de prohibicionistas. Así, no se da la palabra con igual relevancia a los que fueron o son víctimas del consumo de drogas, como tampoco a padres de familia. Muy rara vez se da la palabra a quienes trabajamos con los dramas humanos y conocemos de los efectos de este tipo de realidades en vidas humanas concretas, con nombre y apellido propios. No se da fácilmente la palabra a los miembros comunes de la sociedad que, por lo general, tienen muchas reservas ante las propuestas que invitan a bajar la guardia, perderle el miedo a la libertad de consumo y otras perlas que se ofrecen en el superficial mundo del comentario público y las sintonías.
Insistamos, sin embargo, en que hoy nadie puede enarbolar la bandera de la razón última y más conveniente frente al demonio de la droga. Por ello es valioso abrir una discusión amplia, serena y con todas las voces. Un foro donde se hable, no sólo de los costos económicos del problema, sino de la vida, de las personas, de las familias, de las instituciones educativas, de la supervivencia de esa especie llamada humana. Y también, un foro donde la voz de las gentes de fe, los creyentes, sea escuchada, pues si hay alguien experto en humanidad es precisamente la comunidad creyente.
Una verdadera discusión del tema tendría una premisa para todos los participantes: nadie dirá lo que se debe hacer, pero todos dejarán ver una cara del problema, para ver si es posible alcanzar la luz entre todos, ante una realidad que está por hacernos rendir sin que sepamos a ciencia cierta cómo sea el siguiente círculo infernal, porque celestial no hay aquí ninguno. ¿Será que la cuestión es esa: escoger el tipo de infierno menos ardiente?