De enfermeros a matadores
No salen del asombro, aparentemente, muchos uruguayos al enterarse de que un par de enfermeros, en lugar de cuidar pacientes, se daban a la “humanitaria” tarea de hacerlos morir. Supuestamente actuaban por piedad. Digo que aparentemente porque como ha ido arraigando hondamente una cultura de la muerte en el mundo, no sabe uno hasta dónde sea cierto que ahora sorprenda que, de enfermeros, un par de personas se hayan convertido en par de matadores o si más bien la sorpresa deriva del hecho de que el asunto haya saltado a la escena pública cuando estaba diseñado para ser escena de habitación hospitalaria.
¿En manos de quiénes están hoy los enfermos incurables o simplemente graves? Es evidente que en tal estado de debilidad es difícil obtener de ellos decisiones lúcidas y verdaderamente a conciencia. Entonces puede estar sucediendo, tanto donde se sabe como en donde no se sabe, que se estén provocando decisiones que no corresponderían a una persona en sano juicio. Y han de ser muchos más que enfermeros los que conocen de esta situación, pero se hacen los de la vista gorda. Así, resulta terrible pensar que un enfermo que entra lleno de esperanza a un centro de salud, desconoce que allí mismo hay también gente empeñada en matar para “solucionar” el problema del sufrimiento. La perversión del oficio médico.
Silenciosa y metódicamente las nóminas de algunos centros de salud pueden incluir hoy matadores. Amparados en constituciones, leyes, supuestas decisiones consentidas, acciones humanitarias o en la simple mentalidad dominante, algunos centros de salud pueden ser todo lo contrario: centros de muerte. Pero el asunto no es extraño. Se ha creado toda una mentalidad para que esto se dé y la única precaución que se toma, aunque ahora falló, es la de no herir la sensibilidad pública.
El asunto de fondo más horripilante es el de pensar que hay personas que se sienten autorizadas -humanitaria o científicamente- para acabar con la vida de otras personas. Llegará un día en que no cuente la razón del paciente, sino una especie de razón objetiva que, no viendo solución, propone la muerte como camino de cierre definitivo y no muy lejos está el día en que leyes y parlamentos avalen dicha práctica para no sobrecargar el sistema social de salud. Estamos ante un fruto maduro de la perversa cultura de la muerte. Me encantaría, el día en que tenga una grave enfermedad, antes de entrar al hospital o clínica del caso ver un aviso que rece así: ¡Aquí no matamos ni con permiso del paciente!