RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 1 de Abril de 2012

El pueblo de Dios

RECORRIÓ las calles en México y Benedicto se encontró con verdaderas multitudes. Le sucedió lo mismo en la esquiva Cuba. En Bogotá, terminada la renovación del camino hacia el santuario de Monserrate, se agolpan miles de personas para recorrerlo paso a paso. Llega la Semana Santa y veremos una vez más los lugares sagrados pletóricos de creyentes. Y sucede lo mismo en el mundo entero donde hay religiones históricas y seriamente fundadas. Sobre el planeta Tierra existe un pueblo, el más grande de todos, una nación identificada no por la tierra sino por el espíritu y el alma y es el pueblo de Dios. El documento de identidad de los ciudadanos de ese pueblo es la fe, que casi siempre se acompaña de esperanza y de caridad.

La huella del pueblo de Dios sobre el mundo es de vieja data, profunda y enormemente constructiva. Lo es también en nuestra patria. Es el portador de las más antiguas ideas de liberación y nido de las realizaciones más sublimes de la cultura universal. Este pueblo lleva en su sangre, pero sobre todo en su espíritu, un algo que no se doblega ni entrega. Se ha convertido con el tiempo en el único pueblo que profesa respeto absoluto por la vida humana, a la vez que en el defensor de los más débiles, los que siempre están en la mira de los utilitaristas y pragmáticos para ser borrados de la faz de la Tierra. Es el pueblo del discurso distinto, de la acción discreta, del escepticismo ante los poderes simplemente humanos.

Las ocasionales manifestaciones multitudinarias de este pueblo que se define en su esencia como peregrino, en tránsito hacia una patria definitiva y mejor, debería suscitar reflexiones en quienes legislan para él, en quienes pretenden de algún modo orientar sus vidas en la política, la economía, la convivencia. Tal vez no pocos de nuestros conflictos obedezcan a que con suma frecuencia se desconoce la interioridad espiritual de las personas y se les quiere hacer vivir como no están dispuestas a hacerlo. Y no dejan de sorprenderse los que desconocen que existe el pueblo de Dios cuando encuentran resistencia a sus proyectos carentes de sentido humano, insensibles a los valores más arraigados en el alma, en verdadera contravía contra lo que realmente genera felicidad en hombres y mujeres. En los próximos días veremos a borbotones un pueblo que es de Dios gozando en las cosas de Dios.