Por sus antecedentes, sus convicciones y sus realizaciones, Gustavo Petro Urrego, es un peligro latente y real para nuestra democracia. En los dos siglos de existencia republicana jamás nuestros valores fundamentales se han encontrado tan indefensos. Y lo más preocupante es la indiferencia colectiva ante no solo la posibilidad sino la probabilidad de que este antiguo guerrillero, violador consuetudinario de los derechos humanos, sea el próximo inquilino de la Casa de Nariño. El silencio de todos los medios de comunicación no solo es alarmante, sino es también encubridor y cómplice.
La Presidencia de Petro sería nefasta para nuestro país y para todas nuestras instituciones. Su cinismo lo ha llevado en peregrinaje hasta la silla de San Pedro para hacerse bendecir del Vicario de Cristo. Y es más que seguro que hará todo lo que tenga que seguir haciendo para lograr sus aspiraciones. Como, por ejemplo. criticar abiertamente a sus antiguos conmilitones, los hoy dictadores de Venezuela, Nicaragua y Cuba. Nadie prende las alarmas. Si Petro logra la jefatura del Estado, Colombia jamás volverá a ser la misma.
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Así las cosas, la única forma de despertar y hacerle frente a este tenebroso porvenir es unir todas nuestras fuerzas democráticas para respaldar una candidatura fuerte y vigoroso como, por ejemplo, la del exministro Oscar Iván Zuluaga. Mal candidato, dirán algunos, pero nadie podrá negar que sería un gran presidente y de lo que se trata es de que pueda ser el sucesor de Duque. Candidato del Centro Democrático y con la bendición del expresidente Uribe, constituye una atrayente figura.
Fue un estupendo ministro de Hacienda en tiempos muy difíciles. Conoce como pocos los vericuetos de nuestra economía y se ha recorrido el país entero para aplicar soluciones viables y concretas. Cuenta con el respeto aquí y en el extranjero. Con él no vamos a improvisar ni hacer experimentos populistas. Es absolutamente necesario que, primero los grandes electores y luego el pueblo llano, voten copiosamente por su nombre. El abrirá de par en par las puertas a la inversión extranjera que tanto necesitamos.
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Por eso es bastante preocupante que a estas alturas del paseo estemos gastando pólvora en gallinazos. El señor Rodolfo Hernández pudo ser, y de hecho lo fue, un magnífico alcalde de esa bella ciudad que es Bucaramanga. Como también lo fue Sergio Fajardo, en su momento, allá en Medellín. Pero que ello los habilite para dar el salto hasta la Casa de Nariño, no hay impulso ni garrocha que lo permita.
Son "retozos democráticos" para la galería. El palo no está para cucharas. El real peligro de una guerrilla como la del ELN que acecha la manera de tomarse el poder no nos permite otra cosa que no sea conseguir el más capacitado de los timoneles para llevar a buen puerto la nave del Estado. Hoy hay una baraja de más de quince precandidatos presidenciales que habla muy bien de nuestra preparada dirigencia, pero hay que elegir al mejor y ya sabemos quién es.
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Desde que tuvimos uso de razón hemos venido oyendo hablar de la necesidad de una reforma estructural a nuestro sistema educativo. Hace varias décadas, el entonces director y fundador del SENA, Rodolfo Martínez Tono, se la propuso al entonces ministro de educación, Octavio Arismendi Posada. La pieza fundamental de esa reforma era “Educar y formar para el empleo". Cándidamente el ministro creyó que el Congreso lo apoyaría. Todo lo contrario, le embolató el proyecto.
Martínez Tono creía ciegamente en una "política para el empleo como única manera de salir del subdesarrollo". Y que el SENA era la base de la pirámide ocupacional. Pero hay que decirlo: los gremios de la producción, entre ellos la ANDI y Fenalco, poco o nada hicieron por ayudarlo. Hoy Colombia sería una nación muy distinta si las cosas se hubieran dado. como quería el ilustre cartagenero.
Adenda
No es para celebrarlo que la ética y la moral, como en el caso del aborto, se definieran por solo un voto en el seno de la Corte Constitucional. Otra vez cometiendo a votación la existencia de Dios.