Llega Nureyev | El Nuevo Siglo
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Miércoles, 6 de Febrero de 2019
Emilio Sanmiguel

Rudolf Nureyev y Vaslav Nijinsky fueron los dos más grandes bailarines del siglo XX. Cada uno de ellos dejó una profunda huella en el mundo de la danza. La carrera de Nijinsky marcó las primeras décadas del siglo; aunque murió en 1950 en Londres, su carrera terminó abruptamente en 1919 cuando se le diagnosticó esquizofrenia y fue recluido en un sanatorio. La de Nureyev cubrió la segunda mitad del siglo, desde 1961, cuando en plena Guerra fría desertó en París en medio de una gira del Ballet Kirov, ciudad donde murió el 6 de enero de 1993, cuando se desempeñaba como director del Ballet de la Ópera de París.

Los dos forjaron su carrera en la misma compañía, la del Teatro Mariinsky, que en tiempos de Nureyev se denominaba Ballet Kirov, compañía  que fue la forjadora del denominado Estilo Clásico Imperial, asociada con los grandes títulos del repertorio: Don Quijote, La Bayadera, El Corsario, El lago de los Cisnes, Cascanueces, La bella durmiente, Raymonda y muchos más que siguen siendo la punta de lanza de todas las grandes compañía del mundo.

Coinciden Nijinsky y Nureyev en que sus carreras lograron el estrellato internacional no en Rusia, sino en París: Nijinsky de la mano de los Ballets rusos de Diaghilev cuya irrupción fue como la caída de un meteoro en el mundo cultural de la época. Nureyev, gracias a su magnetismo, hizo lo mismo que su antecesor.

 

Sobre Nureyev, en vida, y a raíz de su muerte, se hicieron centenares de documentales. Sin embargo, este que a partir de este jueves 7 y hasta el domingo se proyectará en las salas de Cine Colombia es diferente. Lo es por muchas razones.

La primera es que Jacqui y David Morris no se limitaron a hacer lo que sus antecesores: recopilar documentos fílmicos de actuaciones suyas, apartes de sus entrevistas, que solían ser muy jugosas, y registros de momentos muy publicitados de su vida: encuentros con la realeza, con las estrellas del cine, presidentes, magnates, en fin. Mucho de eso, claro que está en el documental; sin embargo, lo que es novedoso es haberlo entretejido a través de una dramaturgia encargada, con acierto, al coreógrafo Russell Maliphant con la actuación del Royal Ballet de Londres, compañía con la cual los vínculos del bailarín fueron trascendentales, por su asociación legendaria con Margot Fonteyn y por haber protagonizado allí la creación de uno de los ballets más importantes del siglo: Romeo y Julieta, con música de Prokofiev y la coreografía de Keneth McMillan.

El documental, no hay duda, parte de la admiración de los directores por él. Aunque no esquivan enfrentar asuntos que, de no haberlo hecho le hubiesen restado credibilidad a su trabajo: su vida íntima, su relación con el bailarín danés Erik Bruhn o  la causa de su deceso, el sida.

También es un acierto no haber hecho el recuento exhaustivo de su vida. Obviamente entendieron que esa era una faena poco menos que imposible. Hay pasajes que han sido pasados por alto, como su incursión en el cine, cuando bajo la dirección de Kenn Rusell protagonizó Valentino en 1977, que comercialmente no fue un suceso, aparentemente Rusell habría dicho que se trató del mayor error de su carrera, pero que, gracias al embrujo del bailarín, ahí sigue en el mercado y no han sido pocos los críticos que, a capa y espada defienden la película.

También han obviado lo que en el mundo de la danza era bien sabido: que las relaciones de Nureyev con las grandes bailarinas no estuvo exenta de polémicas: con la italiana Carla Fracci o con su compatriota Natalia Makarova, por ejemplo.

Lo cierto es que el documental es, en cierta medida, el reconocimiento,  26 años después de su muerte, de lo que Nureyev significó para el mundo del ballet clásico, porque  lo popularizó hasta niveles insospechados.

Hasta su irrupción en los 60 era asunto de minorías, un terreno casi exclusivo de una élite de aficionados. Con Nureyev ocurrió lo mismo que en tiempos de Nijinsky: todo el mundo quería ir al ballet. A principios de siglo todos querían ver el salto legendario de Nijinsky en El espectro de la rosa, su sensualidad en Scherezade o escandalizarse con la provocación que generaba La siesta del fauno. Con Nureyev el mundo entero quiso vivir la experiencia del magnetismo de un bailarín que en el escenario transmitía algo que era indescifrable y que la misma prensa jamás pudo explicar de manera convincente, apenas atinando a decir que se trataba de una fuerza animal, algo felino, una pantera en la escena.

Se trató de algo milagroso. Nureyev en sus años de formación al lado de Pushkin, su maestro en San Petersburgo, aprendió que el destino estaba en sus manos y sólo en ellas. Porque su cuerpo, su instrumento, no era perfecto y las proporciones no eran las ideales: pero lo doblegó a su antojo, con disciplina, con instinto y también con inteligencia. No en vano después de su deserción, entendió que algo en su formación era incompleta y eso de lo cual carecía lo encontró con Erik Bruhn, que fue quien le enseñó el refinamiento de la Escuela danesa de Bournonville.

Un homenaje a la vida de un gran artista, con documentos que hasta el momento permanecían en los archivos de la Fundación Nureyev.

Bien vale la pena verlo y disfrutarlo.