La Copa Libertadores volvió a desnudar la trama de poder de las tribunas.
La bochornosa suspensión de la final de la Copa Libertadores entre River y Boca por incidentes el fin de semana volvió a desnudar la trama de poder 'barrabrava' en el fútbol de Argentina, donde la violencia es tolerada como parte de la llamada cultura del 'aguante'.
La alcaldía primero y el presidente Mauricio Macri después hicieron mea culpa por un fallido operativo de seguridad que facilitó la brutal agresión al autobús de los jugadores de Boca en el ingreso al estadio Monumental y dejó a Argentina en ridículo.
Los presidentes de ambos clubes buscaron circunscribir la agresión a "diez o quince inadaptados".
Pero para el sociólogo Diego Murzi "en Argentina existe una cultura del fútbol donde la violencia es legítima y no sólo para los 'barras', sino para todos los actores que participan".
El 'aguante' incluye todo tipo de violencias: discursiva, simbólica o efectiva. Cada fin de semana muchas hinchadas alientan a su equipo con cánticos donde la xenofobia, los insultos o la promesa de matar al rival son festejados como parte de un folclore inofensivo.
También la sospecha de corrupción hace lo suyo. "Si el hincha siente que los partidos se ganan en acuerdos entre dirigentes, más que en la cancha, ese sentimiento de injusticia también es terreno fértil para las prácticas violentas de los barras", sostiene Murzi, estudioso de la violencia en el fútbol, a la AFP.
El fútbol no aparece como "un juego limpio con resultados legítimos".
Por otro lado, afuera de la cancha, se juegan jugosos negocios en manos de los barras "en connivencia con la policía, los clubes y el poder político", según la fundadora de la ONG Salvemos Al Fútbol, Mónica Nizzardo.
Debido a la violencia, desde 2013 se prohibió la presencia de público visitante en los partidos, aunque eso no ha podido detener las muertes: cuatro en 2018 y 137 en los últimos 20 años, según Salvemos al Fútbol.
Génesis barrabrava
La barrabrava surge en el mundo del fútbol con la llamada cultura del 'aguante' por la que una hinchada valida su amor por la camiseta peleándose con la de su rival.
Por los años 1940, la prensa argentina acuñó el término barrabrava para señalar a los hinchas violentos.
Pero aquellos pendencieros que se peleaban en las esquinas mutaron a verdaderas asociaciones ilícitas con poder y negocios sucios que mueven millones.
"En los años 1980 empiezan a adquirir un perfil ligado al delito y en los 1990 una arista mercantil: utilizan los saberes violentos del mundo del fútbol en beneficio propio", explica Murzi.
Así y con la connivencia de los clubes primero y de la policía después sacaron provecho de la reventa de entradas, el control de los estacionamientos alrededor de los estadios, los puestos de comida y otras menudencias que dan jugosas ganancias.
"También con actividades fuera del mundo del fútbol, como la participación en actos políticos, sindicales y actividades en el mundo del delito", señala Murzi.
Reproducción barra
"El abordaje desde las autoridades es siempre el mismo: pensar que el problema es de un grupo de salvajes, una visión demasiado simplificadora que lleva a soluciones equivocadas", advierte Murzi.
La justicia logró descabezar las barrabravas varias veces. Puso tras las rejas a cabecillas legendarios como José 'El Abuelo', jefe de la barrabrava de Boca que murió tras pasar años en prisión, o Alan Schlenker, mandamás de la de River, que purga prisión perpetua.
Pero ello no ha impedido que la estructura de la barrabrava se reproduzca con otros actores.
"Lo que falla es que nadie quiere terminar con el negocio delictivo en el fútbol, tampoco los dirigentes", aseguró Nizzardo.
Según Murzi no existe una solución mágica. "Pero indagar en la connivencia entre la barra y la policía sería un buen inicio: son dos actores que trabajan juntos. La policía colabora al problema más de lo que ayuda a solucionarlo", apuntó.
La seguridad de los espectáculos futbolísticos la pagan los clubes y ello representa una suculenta caja para los salarios policiales.
"Todos los policías conocen a los barras y a la policía le conviene que la barra exista. De su mano accede a un montón de 'negocios' también", señala Murzi.
Tanto Nizzardo como Murzi coinciden en señalar al discurso político y de los medios en términos beligerantes como un aliciente al clima de violencia.
"Si la prensa está bombardeando, diciendo que es una final a matar o morir, y el presidente (Macri) dice que el que pierda se va a tener que ir del país por el bochorno, cualquier hincha siente que está en juego su reputación", dijo Murzi.
"Hubiera sido una sorpresa que la final se jugara y no pasara nada. Argentina está lejos de ser un país con respeto por el adversario, no sólo a nivel deportivo, a nivel político también", sentenció.