Fútbol, una pasión pero no una locura | El Nuevo Siglo
AFP
Domingo, 25 de Noviembre de 2018
Alejandro Munévar

La pelota se ha vuelto a manchar. El fútbol, que es el espectáculo más bonito del mundo, se ha visto una vez más afectado por culpa de los violentos, de estos mal llamados hinchas que llevan la pasión más allá de sus límites y son capaces de agredir a otro ser humano simplemente por el color de una camiseta.

Y es que el global del partido entre Boca Juniors y River Plate era lo de menos, lo futbolístico quedaba en segundo plano, no nos vamos a mentir, cuando se juegue la final los diarios van a titular en letras grandes el nombre del campeón y seguramente los hechos bochornosos que antecedieron a la consecución del campeonato se olvidarán con el tiempo, pero la realidad es que se perdió el sentido de humanidad por culpa de la locura que genera el fútbol.

Mauricio Macri, presidente de Argentina, lo había advertido hace más de un mes, un partido Boca-River en final de Copa Libertadores iba a ser un problema social, nadie le hizo caso.

Lo que sucedió en Argentina con el ataque al autobús que transportaba al conjunto de Boca Juniors hacía el estadio Monumental de River Plate, pudo haber sucedido en cualquier lugar del mundo. No es cuestión solamente de los argentinos, la violencia como consecuencia del fútbol es un flagelo que nos está afectando a todos, bien lo dijo Marcelo Gallardo, técnico de River: “Se esperaba una fiesta del futbol y terminó siendo un bochorno total la agresión al micro de Boca, lamentablemente nos toca vivir esto cuando deberíamos estar viviendo otro tipo de disfrute, estábamos en el ojo del mundo, y lamentablemente terminó como terminó. Lamentablemente otra vez quedamos expuestos como sociedad, había muchos ingredientes pero hace un mes atrás cuando ya se sabía del partido, advertí que era solamente un partido, nada más, lamentablemente hay gente que empaña una fiesta”.

Rivalidad

Un partido de fútbol es una batalla que libran 22 hombres en un rectángulo de juego, en donde se dejan la piel en cada balón dividido, en donde uno gana, pierde o empata, pero al final del encuentro y tras la celebración por la victoria o la tristeza de la derrota, unos y otros son capaces de darse un abrazo y felicitarse, porque independiente del color que defiendan son personas que sienten y sufren los que en el campo se baten buscando una victoria. Los hinchas deberían entender que la rivalidad entre unos y otros no debe traspasar los límites del fútbol. Si bien el ataque al bus de Boca solo dejó algunas lesiones en teoría leves, pudo haber sido peor.

El problema es de cómo los hinchas adoptan y entienden el fútbol, sobredimensionando lo que es, porque al final del día es un juego, quizá el juego más importante de las cosas menos importantes como dijo algún día Jorge Valdano.

Responsabilidad

No podemos eximir de la responsabilidad de lo sucedido a las autoridades, tanto policiales como de los mismo clubes, los primeros por no tener un control efectivo sobre este tipo de situaciones, ya que si se hiciera un plan de contingencia, una posible pedrada al autobús hubiera sido prevenida, y los segundos, porque no han sabido calmar la pasión que generan los equipos y se ve reflejada en violencia que termina siendo una locura comunal, al final una mezcla de los errores genera una tragedia, la tormenta perfecta.

Los medios de comunicación que durante ocho días han estado ambientando el juego, también despiertan pasiones y rivalidades entre los seguidores de uno y otro equipo, de hecho de no ser por estos que se encargan de echarle leña al fuego, a lo mejor la pasión desmedida no se presentaría en las previas de los choques futbolísticos en donde las fanaticadas convierten las calles en un campo de batalla. Es necesario que los grandes medios tomen conciencia de lo que publican y cómo esto afecta la percepción del hincha respecto a un tema pasional, no se trata de dejar de decir las cosas, porque en ningún momento se pueden autocensurar, pero sí, es prioritario hacer un alto y evaluar qué tipo de contenido se publica.

El 24 de mayo de 1964 en Lima, Perú, tras algunas infortunadas decisiones tomadas por un árbitro en un partido entre el seleccionado local y el argentino, dos muchachos treparon el alambrado hacia el campo de juego para agredir al juez, aunque fueron contenidos por efectivos de seguridad, decenas de hinchas amenazaron con seguir los pasos de los dos intrusos, la policía lanzó gases lacrimógenos, lo que provocó una huida masiva hacia las salidas del estadio que tenía los portones cerrados por cuestiones de seguridad. La Federación Peruana había decidido cerrar las puertas para evitar que los espectadores sin boletos entraran al escenario deportivo y evitar desmanes y caos, el descontrol provocó avalanchas que aplastaron hasta la muerte a cientos de personas. Los cuerpos fueron trasladados hasta el campo de juego. La tragedia generó hechos de violencia fuera del estadio, en donde los familiares de los encerrados se enfrentaron a la policía y 340 personas fallecieron a causa de las malas decisiones que tomó la dirigencia.

Este es solo uno de las tantos casos que se han vivido en el fútbol en donde las pasiones desmedidas han llevado a  tragedias inminentes.

Gracias a la prudencia del público que se encontraba en el estadio Monumental el hecho no pasó a mayores, pues las más de 60 mil almas que estaban en el escenario deportivo supieron aguantar y soportar por más de siete horas los malos manejos dirigenciales, las malas actuaciones de algunos desadaptados sin cometer ninguna locura.

La Conmebol tiene también parte de la responsabilidad de lo sucedido, así el presidente de la entidad, Alejandro Domínguez, se empeñe en gritar a los cuatro vientos que el ente no tiene nada que ver con los hechos sucedidos. Sin embargo se equivoca en su afán de lavarse las manos pues es precisamente la Conmebol la encargada de garantizar que los clubes cumplan con las medidas necesarias para que se pueda jugar un encuentro de fútbol, entre esas está la de avalar que los equipos cumplan con las diferentes exigencias tales como el desplazamiento del equipo visitante hasta el escenario deportivo de manera segura, cosa que en esta oportunidad no ocurrió poniendo en riesgo la integridad física de algunos integrantes del plantel boquense.