El origen de una “tormenta perfecta” | El Nuevo Siglo
Foto archivo AFP
Domingo, 27 de Enero de 2019
Colette Capriles
No es posible predecir el desenlace de esta “tormenta perfecta” que se ha cernido sobre Nicolás Maduro. Pero sí trazar su origen. Se fabricó un döppelganger legislativo. 

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A PARTIR de 2015, cuando la coalición de la oposición propina una magnífica e imprevista derrota a los candidatos del gobierno en las elecciones legislativas y obtiene dos tercios de las curules, Maduro desarrolla una doble estrategia: desconocer el poder de la Asamblea Nacional declarándola “en desacato”, y redefinir la ingeniería social de las elecciones para nunca más perderlas. Decidió además fabricar un döppelganger legislativo, una Asamblea Constituyente que languidece desde 2017 sin haber producido otra cosa que loas al tirano, algunas leyes que se llaman orwellianamente “constitucionales” y un público disciplinado para actos protocolares.

Así, la historia de los últimos tres años es la historia de la agonía de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, CRBV, también llamada “la malquerida”. Chávez terminó enmendándola en 2009 para asegurarse precisamente aquello que la naturaleza aún liberal de sus disposiciones impedía: la reelección indefinida, clave para borrar los peligros de la alternancia. Y es justamente defendiendo esa Constitución ante el primer ataque de su propio “padre” –en 2007 cuando quiso reformarla– que la oposición obtiene su primera victoria electoral. Y que Juan Guaidó comienza su carrera política.

No es posible predecir el desenlace de esta “tormenta perfecta” que se ha cernido sobre Nicolás Maduro. Pero sí trazar su origen. Lo que hoy está pasando en Venezuela comienza con el fracaso de las negociaciones que se llevaron a cabo en República Dominicana entre diciembre de 2017 y febrero de 2018. Y esa iniciativa fracasa, para decirlo rápido, porque el gobierno de Nicolás Maduro se negó a ceder en aquellos puntos que hubieran garantizado la alternabilidad electoral. En otras palabras, el madurismo no estaba dispuesto a perder el poder por la vía electoral, ni a reconocer que lo que define a una democracia es el hecho de que hay un diseño constitucional para que la oposición, en algún momento, sea gobierno.

La oposición, a partir de ese momento, opta por diseñar lo que podríamos llamar la estrategia de la deslegitimación, que tendría tres momentos cruciales: la no participación en las elecciones presidenciales de mayo de 2018, la articulación de las alianzas internacionales para que no se reconocieran como democráticas y válidas esas elecciones, y la concentración de la acción política en la única institución legítimamente electa que es la Asamblea Nacional, para desconocer la asunción de Maduro como presidente para el periodo 2019-2025.

Cierto es que esta estrategia no fue adoptada por toda la coalición opositora, que de hecho se deshizo. Algunos partidos participaron en las elecciones, constatando en fin de cuentas que las condiciones objetivas y subjetivas, como solían decir los marxistas, hacían imposible la competencia electoral.

Como toda estrategia política, esta exigía también errores del adversario. Un supuesto central fue que a lo largo de 2018, la crisis económica, que ya hacia finales de diciembre de 2017 había adquirido forma hiperinflacionaria, no podía sino empeorar bajo la dogmática conducción del entorno madurista. Devenida en catástrofe humanitaria, la situación social y económica de Venezuela se convirtió en el problema regional que sabemos, incorporando entonces a nuevos dolientes. También hay que considerar el basculamiento político regional: América Latina abandona la derruida nave de la izquierda, carcomida por la corrupción y el agotamiento del liderazgo, y el gobierno de Maduro queda frente a un ajedrez geopolítico adverso.

Pero lo que quizás explica mejor lo que está pasando hoy, es que los mecanismos biopolíticos mediante los cuales el gobierno de Maduro segmenta y controla a la población que considera su base política, a saber, la distribución de comida y de miserables bonos en metálico, no han servido para contrarrestar la destrucción del aparato productivo y la horrenda hiperinflación. Las grandes igualadoras que son la miseria y la emigración lograron hacer desaparecer las polarizaciones políticas y hacer fermentar el sentimiento de que se cierra, finalmente, aquel ciclo abierto en 1999.

 

*Profesora de la Universidad Simón Bolívar de Caracas, Venezuela.