Las guerras llegan, pasan y arrasan a su paso todo lo que se les cruza en el camino. Aunque comparativamente con las vidas perdidas las bajas patrimoniales pasan a un segundo plano, la destrucción del patrimonio histórico y cultural largamente acumulado en el transcurrir de los siglos deja un vacío hondo en aquello que cada vez hay más afán por preservar: la memoria misma de lo que somos, de dónde venimos, para no perder el camino que indica hacia dónde debemos ir.
Testigos silenciosos del pasado, en los últimos 20 años el mundo ha vivido diversas guerras civiles y enfrentamientos entre Estados que, además de llevarse la vida de millones de personas, también han representado una pérdida desoladora para el patrimonio de la humanidad.
El último de ellos está ocurriendo, mientras se escriben estas líneas, en suelo ucraniano, en donde, de acuerdo con las últimas estimaciones de la Unesco, ya hay 175 lugares culturales parcial o totalmente destruidos como consecuencia de los combates desde que comenzó la invasión rusa a finales de febrero.
Medio año bastó para que 70 edificios religiosos, 30 edificios históricos, 18 centros culturales, 15 monumentos, 12 museos y siete bibliotecas sufrieran fuertes golpes de los cuales algunos probablemente no se recuperarán. Y eso, sin contar los casi 17 mil objetos de patrimonio cultural ucraniano en los territorios ocupados.
A mediados de abril Lazare Eloundou Assomo, el director del Centro del Patrimonio Mundial de la Unesco, ya había informado que un centenar de lugares, entre ellos monumentos históricos (algunos de los cuales se remontan a los siglos XI y XII), habían sido dañados o destruidos.
Protegiendo la isla-museo de Jórtytsia
Y aunque hasta la fecha los siete sitios ucranianos del patrimonio mundial no han sufrido daños, el temor a que les pase algo está ahí, pues “si no conseguimos salvar nuestro patrimonio cultural, la victoria de Ucrania no valdrá para nada. El destino de nuestro patrimonio, sobre todo en las regiones ocupadas, es una cuestión dolorosa y omnipresente”, dice Natalia Cherguik, directora de la exposición de la isla-museo de Jórtytsia (cerca de Zaporiyia), y quien hizo una travesía de mil kilómetros en un camión cargado con una tonelada de cuadros, armas de colección y cerámicas del siglo XVII.
"Fue un viaje espantoso; condujimos con aviones pasando por encima de nuestras cabezas sin saber siquiera si eran ucranianos. Lo más difícil fue convencer a la gente en los controles de no registrar las colecciones y dejar pasar al camión lo más rápido posible", precisó.
Esta isla-museo de Jórtytsia estuvo ocupada desde el siglo XVI por los cosacos ucranianos, que hicieron de ella su base hasta que la destruyó la emperatriz Catalina II de Rusia en 1775.
Allí nació la primera "Sich" de Zaporiyia, un régimen político que practicaba la democracia directa, y que con el paso de los años “se convirtió en un lugar sagrado para la historia de Ucrania", indicó esta semana Maksym Ostapenko, de 51 años, director del museo creado en ese lugar, un importante centro cultural del país que alberga decenas de objetos históricos hallados en investigaciones arqueológicas.
Originario de la región, Ostapenko se unió al ejército ucraniano al comienzo de la invasión rusa, como la mayoría de sus colegas, pero no ha abandonado el museo.
"En realidad, habíamos esbozado un plan de evacuación en 2014, después de la anexión de Crimea por Rusia. Elaboramos una lista prioritaria de un centenar de obras, las más valiosas, que debían ser evacuadas en caso de peligro. El patrimonio cultural no puede ser reconstituido y estamos obligados a tomar precauciones", insiste el director.
El 23 de febrero, dos días después de que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, emitiera un discurso que a los ucranianos les dejó poquísimas dudas sobre la inminente invasión, los equipos del museo empezaron a desmontar las colecciones.
Y cuando Moscú lanzó su ofensiva, un día más tarde, iniciaron la evacuación bajo los bombardeos rusos. El ejército ruso quedó frenado a unos 40 km al sur de Zaporiyia y no llegó a tomar Jórtytsia, pero tres misiles cayeron en la isla sin impactar el museo.
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La mansión de Popov
El otro lugar alrededor del cual prevaleció la valentía de los curadores ucranianos fue a 60 kilómetros de Jórtytsia, en la localidad de Vasilivka y que fue ocupada por el ejército ruso en los compases iniciales de la invasión.
La ciudad alberga la mansión de Popov, un peculiar edificio neogótico del siglo XIX que se vio dañado por los disparos a principios de marzo, y buena parte de la plantilla del museo decidió quedarse para la preservación del mismo, aunque es extremadamente complicado: cuando recubren una ventana, otro bombardeo la hace estallar.
La plantilla del museo no tuvo tiempo de evacuar fuera de los territorios ocupados las colecciones de la mansión que, desde el día después de la caída de la ciudad, fueron visitadas por militares rusos que, de acuerdo con Anna Golovko, su directora, querían saquear el patrimonio.
A principios de agosto, dos de sus colegas fueron encarcelados durante cuatro días e interrogadas para que desvelaran la ubicación de las colecciones, denuncia.
La guerra en Siria, un “apocalipsis cultural”
No obstante, sin lugar a dudas ha sido Siria, tierra de civilizaciones multimilenarias, desde los cananeos hasta los omeyas, pasando por griegos, romanos y bizantinos, que alberga tesoros arqueológicos que la convierten en una de las joyas del patrimonio mundial, el país que más pérdidas patrimoniales ha padecido en la historia reciente.
A nivel humanitario, la guerra que comenzó en 2011 tuvo un impacto catastrófico, pero los daños sufridos por el patrimonio también figuran entre los más graves cometidos en varias generaciones, pues en una década de guerra, los sitios arqueológicos han sido bombardeados y los museos saqueados.
En mayo de 2015, los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI) estaban a punto de conquistar la "perla del desierto", en el centro de Siria. Él y su equipo se quedaron hasta el último momento para intentar salvar todo lo que pudieron. La última camioneta salió del museo apenas diez minutos antes de la llegada del EI, que transformó el edificio en un tribunal y una prisión.
Y conocida por sus templos grecorromanos de más de dos mil años de antigüedad, Palmira vivió su esplendor en el siglo III bajo el mandato de la reina Zenobia, que desafió al imperio Romano y catalogada como patrimonio mundial por la Unesco, la "Venecia del desierto" fue escenario de ejecuciones y destrucción de templos con explosivos./AFP-ENS