Con la tasa de contagios más alta del mundo y la mayor aceleración de muertes en América Latina en los últimos 14 días, Uruguay vive el peor momento de la pandemia meses después de haber sido erigido como un ejemplo de éxito en el control de la emergencia sanitaria.
Muy lejos quedó junio de 2020, cuando el país de 3,5 millones de habitantes era un oasis en medio de un planeta devastado por el virus: llegó a totalizar menos de 20 casos activos y sumó varios días sin contagios nuevos. El gobierno manejó incluso la idea de declarar al país libre del SARS-CoV-2.
Esa posibilidad es una quimera en este abril en el que Uruguay viene batiendo récords de contagios y muertes que, en términos relativos, lo convierten en líder de los rankings más oscuros. En las últimas dos semanas, el país registró un promedio de 3.000 casos nuevos y casi 50 fallecimientos diarios por covid-19. Este jueves volvió a tocar un pico con 79 defunciones.
Los números develan la tasa de contagios diarios más alta del mundo y lo dejan primero en América Latina en muertes por cada 100.000 habitantes en los últimos 14 días, según un conteo de la AFP basado en cifras oficiales.
Aunque con 1.726 muertes su tasa total de fallecimientos desde el inicio de la pandemia (47 por cada 100.000 habitantes) sigue muy por debajo de las observadas en sus vecinos Brasil (170) y Argentina (130), el virus pasó a ser la principal causa de decesos en un país en el que, en tiempos de prepandemia, moría un promedio de 90 personas cada 24 horas.
La ocupación total de camas de terapia intensiva alcanza el 73%, con un 54% ocupado por pacientes con coronavirus.
¿Cómo se explica este derrotero de un extremo al otro?
"El exceso de confianza y la pérdida de percepción de riesgo fueron los dos factores principales que hicieron que Uruguay perdiera ese estatus de ser el mejor de la clase" y pasara a la situación actual, dice el virólogo Santiago Mirazo.
Durante 2020, explica, la epidemia en Uruguay "se comportó en formato de brotes, que eran rápidamente extinguidos, con una gran capacidad de testeo y un gran seguimiento epidemiológico de los casos positivos".
Víctima de ese éxito, la población empezó a alejarse de las medidas básicas como uso de tapabocas y distanciamiento social, en tanto rompió las "burbujas" sociales que impedían que los brotes se propagaran.
Mirazo apunta que "también se suma el cansancio, el desgaste individual" y la frontera seca con Brasil, por donde ingresó la cepa P1, mucho más contagiosa y que actualmente afecta al 60% de los infectados en Montevideo.
Una característica destacada durante el período de éxito uruguayo en la gestión de la pandemia fue que pudo lograrlo sin recurrir a una cuarentena general obligatoria ni otras medidas coercitivas.
El presidente Luis Lacalle Pou, de centroderecha y que se embanderó en el concepto de "libertad responsable", sostiene que no cree en "un Estado policíaco" y argumenta que no pondrá obstáculos "al que sale a ganarse el pan todos los días".
Una convicción que, en el contexto actual, sus seguidores entienden como coherencia y sus detractores, como capricho.
Los reclamos de medidas más restrictivas de la movilidad llegan ahora de todas partes. Desde la comunidad científica y médica hasta la oposición, pero también socios políticos del gobierno insisten en que, de no intervenir con más firmeza, el panorama solo puede empeorar.
El 74% de los uruguayos cree que es necesario endurecer restricciones, según una encuesta de la consultora Factum difundida esta semana.
Un grupo de científicos, el Gach, que asesora al gobierno elaboró un documento aconsejando nuevas medidas, entre ellas, suspensión total de ceremonias religiosas y torneos deportivos profesionales, cierre de bares y restaurantes o mayores restricciones en el ingreso al país, que mantiene sus fronteras cerradas pero permite excepciones.
El gobierno apuesta todas sus fichas al plan de vacunación, que avanza muy rápidamente y aparece como la luz al final del túnel. Hasta ahora, el 29% de la población ha sido vacunada con una dosis de CoronaVac o Pfizer, y el 7% con dos./