En junio de 1989, tras siete semanas de manifestaciones, el ejército “masacró” centenares de civiles. Tres décadas después, el Gobierno insiste en que esto “es un mito” y emplea otros métodos represivos a través de la tecnología
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UN DÍA ANTES, Deng Xiaoping había ordenado sacar los tanques a las calles. Era el 3 de junio de 1989 y miles de estudiantes ya completaban siete semanas en la plaza de Tiananmen, en Pekín, exigiendo garantías democráticas y el fin de la corrupción en una China dominada por un partido único.
Tres décadas después, lo que pasó ese día sigue siendo un misterio en China. Para gran parte del mundo, el ejército “masacró” a los manifestantes. Mientras que el gobierno del gigante asiático niega esta narrativa, diciendo que se trató de una “agitación” o el simple y llano calificativo de lo que sucedió “el 4 de junio”.
Hasta el momento, no se ha conocido un informe oficial del gobierno que aclare lo que sucedió aquél día en las revueltas estudiantiles, que dejaron centenares o miles de muertos.
China ha dicho que hubo “casi 300” fallecidos, una cifra muy inferior a la que han dado organismos internacionales, países e investigaciones. En oposición, la Cruz Roja China de aquel entonces fijó el número en 2.700, mientras que una estimación hecha por la Universidad de Harvard, a partir de documentos de inteligencia, calculó los muertos entre 1.000 y 1.500.
Lejos de conocer la verdad de los hechos, esos fatídicos dos días en Pekín dejaron claro el poder humano del coraje frente a la fuerza, cuando un hombre con solo dos maletines se opuso a una larga fila de tanques, y el comienzo de una narrativa nacionalista que ha cambiado el paradigma del desarrollo en China.
Tres décadas de cambio
Tiananmen, como popularmente se le conoce -o la “masacre de Tiananmen”- ha sido la bisagra entre la China de la Revolución Cultural, impulsada por Mao Tse- Tung, y una China que entró en un proceso de cambio económico e institucional, focalizando sus esfuerzos en una construcción histórica que ha narrado los hechos en beneficio del modelo de partido único y economía de mercado.
“Desde Tiananmen ha habido un cambio muy grande de como los chinos se piensan a sí mismos. Ven un Gobierno legítimo que asegura que vivan bien”, dice David Castrillón, profesor y experto en China de la Universidad Externado de Colombia, a EL NUEVO SIGLO.
El paradigma bajo el cual el Gobierno ha asegurado la mejora de los estándares de vida de los chino ha sido el fortalecimiento de la integridad territorial y el mantenimiento de la cohesión social, que se ha visto retada con manifestaciones que han buscado una apertura democrática en un sistema dominado por un partido único.
Ese es el camino por el que China ha transcurrido las últimas décadas. Un escenario que ha restringido las libertades políticas y civiles a cambio de un equilibrio social y económico que permita el crecimiento sostenible.
En la prensa internacional, resumida en The Economist, se puede ver cómo los funcionarios del partido comunistas argumentaron aquella vez que la intervención de los militares “evitó el conflicto civil” y restauró “la unidad del partido”.
En 1989, gobernada por Deng Xiaoping, China pasaba por una emulsión interna dentro del Partido Comunista. Zhao Ziyan, hasta entonces líder de la colectividad, había sido destituido, por haber llamado “patriotas” a los manifestantes que se aglomeraban en Tiananmen.
Sin unidad partidista, Deng Xiaoping, hombre conocido por ser el reformador del sistema económico chino, necesitó una acción que legitimara su figura dentro del Partido y fortaleciera la concepción de desarrollo a partir del equilibrio social.
Hoy, con poca información sobre lo sucedido en esos días, la mayoría de chinos aplaude sus políticas. En la era comunista, nunca había habido un crecimiento económico de las magnitudes del de ahora, beneficiando a una clase media que cada vez se hace más grande.
Esto, sin embargo, se ha dado a cambio de renunciar a los principios básicos de la democracia, debate público y competencia electoral, que para algunos están al mismo nivel de los derechos sociales, culturales y económicos.
Particularidades chinas
Analizar la China contemporánea bajo los parámetros del desarrollo occidental resulta un error que profesores y diplomáticos han advertido. Las particularidades del gigante asiático hacen que muchos de los valores que son prioritarios para Occidente allá sean vistos como secundarios. No obstante, esto no significa que exista un régimen autoritario que tiene un aparato represivo cada vez más digitalizado.
Es, por ahora, aparentemente cierto que el Partido Comunista y su máximo líder, XI Jinping, basan la legitimidad de su modelo sobre la base del apoyo popular, aunque no haya elecciones libres y consensuadas. Los chinos, o la mayoría de ellos, se sienten a gusto con el Gobierno.
Para lograr este apoyo popular, el Gobierno ha tenido que construir su propia historia, contada solamente en clave oficialista. En los primeros años de los 90, cuenta Castrillón, se lanzó “una campaña de reeducación para recordarle a los chinos la historia traumática durante el llamado Siglo de la Dominación (ocupación de Japón)”.
A partir de entonces, la historia que se cuenta en China, que venía ceñida a una visión unilateral desde los tiempos de Mao, ha estado bloqueada frente a cualquier interpretación distinta a la oficial.
Hoy, esto queda ampliamente demostrado en los textos escolares y la información que navega en Internet. Baidu, el Google chino, no muestra información sobre Tiananmen diferente a la que ha sido respaldada por el Gobierno. Al poner el nombre de la plaza en el buscador, la primera información que aparece son las fechas de obras de mantenimiento o artículos escritos por la prensa china titulados “El mito de la masacre”.
Para China, no hubo ningún acribillamiento contra miles de civiles. En un artículo de China Daily se explica que “varios observadores occidentales imparciales en la plaza, entre ellos un corresponsal de Reuters y un equipo de televisión español, han insistido, y escrito, en que no vieron ninguna señal de ninguna masacre”. Incluso se escribe que la publicación de Julian Assange, WikiLeaks, ha corroborado a través de cables filtrados de 1989 que nunca se certificó ninguna masacre.
Pero en el país los hechos ocurridos en Tiananmen siguen generando polémica entre los chinos y en los tribunales. Hace dos meses una corte de la ciudad del sudoeste de Chengdou condenó a Cheng Bing, un activista, por “levantar peleas y provocar problemas”. La sentencia condenatoria concluyó que fue una ofensa “etiquetar” botellas de alcohol baijuu con la imagen del hombre con los dos maletines que se enfrentó a los tanques en aquella plaza de Pekín el 4 de junio de 1989.
Tiananmen es un tabú en China de incomparables dimensiones. Dice The Economist que “cada año, a medida que se acerca el aniversario, los familiares de las personas asesinadas por el ejército, incluidas las madres de alumnos escolarizados a tiros a sangre fría, se ponen bajo vigilancia o se realizan viajes forzados fuera de la ciudad”.
¿Riqueza equivale a derechos políticos?
Por más de 20 años el artista chino Ai Wei Wei ha denunciado la carencia de verdad sobre los hechos sucedidos en Pekín, en su icónica obra Estudio de perspectiva: la plaza de Tiananmen. Aunque él y otros activistas han hecho eco de la falta de libertad, es difícil saber hasta qué punto los chinos desean tener un pleno ejercicio de sus derechos políticos y civiles, tal como lo tienen la mayoría de países de Occidente.
Al perseguir a minorías como los Uighures y crear un sistema de control social a través de millones de cámaras, queda claro que Xi Jinping le apuesta a un gobierno nacionalista y autoritario, que priorice el crecimiento económico y la prevalencia de un único partido.
La hegemonía de este modelo, que viene desde los años 80 con Den Xiaoping, ha sido criticada por todas las organizaciones internacionales, por la vulneración sistemática de derechos humanos.
Entendiendo este panorama, es interesante ahondar en un asunto que se suele tocar poco cuando se habla de China: ¿Allá, qué significa la libertad?
Es imposible lograr una definición general sobre este concepto, más si se trata de un país tan grande y con diferentes religiones y corrientes filosóficas. El Partido Comunista desde que empezó la “Revolución en Marcha” ha interpretado esta idea en una perspectiva más colectiva, que individual, más sobre la base de los deberes.
“En el pensamiento chino lo que más prevalece es la noción de responsabilidad, que la de derechos”, comenta Castrillón a este Diario.
Para Juan David Martínez, un estudiante colombiano que ha vivido en China casi dos años, “la política no es importante, para ellos la practicidad es lo más importante”. “La generación de valor a su familia y ser exitosos, es más determinante”, explica a EL NUEVO SIGLO.
Es quizá por eso que Tiananmen resulta tan incómodo para fortalecer ese concepto de libertad, ya que permite darle paso a una visión en la que los derechos políticos y civiles (individuales) están a la altura de “derechos económicos, culturales y sociales”, que han primado en China.
Xi Jinping, más ortodoxo
Comparado con Mao, Xi Jinping, quien recientemente fue reelegido para gobernar hasta 2023, ha focalizado la restricción de libertades políticas y civiles evitando caer en escenarios mediáticos, como Shanghai o Pekín, donde la historia del país quedó marcada en 1989.
El jefe único del Partido Comunista de China (PCC) ha reorganizado el Ejército Popular de Liberación (EPL), ha encarcelado a millones de opositores, dentro y fuera de la colectividad, y ha lanzado un sistema de control ciudadano a partir de los más altos niveles en tecnología.
Justamente, el desarrollo tecnológico le ha permitido que en vez de sacar tanques a la calle, como lo hizo Deng Xiaoping, pueda perseguir a sus opositores monitoreando a través de la tecnología los pasos de cada uno de sus contradictores.
El Gobierno recopila información de los ciudadanos a través de cámaras ubicadas en la mayoría de ciudades que son capaces de reconocer el rostro de una persona y, mediante algoritmos, saber dónde viven. Para efectos de lucha contra el crimen organizado, esta ha sido una herramienta de mucha utilidad, pero también se ha convertido en la mejor arma para controlar a los detractores políticos.
“Esa narrativa también justifica que el Gobierno tome medidas para que China permanezca íntegra, como las cámaras”, dice Castrillón.
Aparte de las cámaras, algunas de las empresas más grandes en China, como Alibaba (equivalente a Amazon) y Tencent (el WhatsApp de allá) suelen compartir la información de sus clientes con el Gobierno, para tener un control más eficiente de gustos, personalidad y ubicación.
La tecnología, sin embargo, no es la única herramienta que Xi Jinping emplea para perseguir a sus contradictores. En la región de Xinjiang, al norte del país, ha implementado desde hace años un sistema de reeducación de los Uighures, una minoría que practica el Islam y ha sido catalogada por el Gobierno como terrorista.
Entre cámaras, crecimiento económico y un Presidente suprapoderoso, China enfrenta el tabú de los 30 años de la plaza de Tiananmen defendiendo que todo lo que pasó aquél 4 de junio de 1989 fue un mito.