“¿Qué soberanía tenemos aquí, país de pacotilla o país digno?”, exclamó Gustavo Petro en su consejo de ministros televisado el pasado martes, una puesta en escena que dista mucho de un Consejo de Ministros de verdad. Pero, parafraseándolo, la respuesta es evidente: tenemos un gabinete de pacotilla, una de las principales razones del desgobierno y la crisis institucional que atraviesa Colombia.
Lo ocurrido el martes pasado quedará registrado en la historia como el día en que el país presenció, el desorden, la mediocridad y el irrespeto con el que tratan a la nación. En una transmisión de seis horas, el gabinete de Petro no solo evidenció su improvisación, sino que se exhibió como un espectáculo grotesco de disputas personales y pugnas de poder. Para colmo, el propio Petro admitió que su gobierno no ha cumplido ni ejecutado las metas prometidas en campaña ni en su Plan de Desarrollo. Un autogolpe de credibilidad.
El sainete ministerial fue un desfile de bajezas, acusaciones cruzadas y confesiones absurdas. “Laura miente”, lanzó Gustavo Bolívar. “Yo no me puedo sentar en esta mesa con Benedetti”, protestó Susana Muhamad. “Benedetti es loco”, remató el propio Petro, quien además habló de sancochos. “Respéteme, yo soy la vicepresidenta”, reclamó Francia Márquez. “No deben estar aquí Sarabia y Benedetti”, exclamó Alexander López. En cualquier democracia seria, este episodio bastaría para exigir la renuncia de todos, incluido Petro. Aquí, en cambio, parece que no habrá consecuencias.
Mientras el gabinete se enfrascaba en su bochornoso circo televisado, los problemas del país se agravaban sin que nadie se inmutara. Petro decretó la conmoción interior para el Catatumbo, pero ni siquiera lo mencionaron. No les preocupa que la ejecución del presupuesto de 2024 cerrara en apenas el 83%, ni que las tarifas del gas se disparen un 35% debido a la importación. Colombia está al borde de un apagón energético, el sistema de salud colapsa día tras día, la crisis financiera asfixia, pero para este gobierno todo eso es secundario. Lo primordial, al parecer, era ajustar cuentas entre ellos y, con Benedetti y con Sarabia.
Este desgobierno ha sumido al país en la incertidumbre y la impotencia que genera es inmensa. Nos encontramos en manos de una administración inepta e irresponsable, algo que jamás imaginamos, y aún nos queda por delante un año y medio. Pero lo más inquietante es la actitud de la oposición, que parece no dimensionar la magnitud del desastre. En lugar de articular una estrategia sólida para rescatar al país, se enfrasca en la promoción de candidaturas como si estuviéramos en tiempos de normalidad.
Las decenas de precandidatos opositores parecen competir en un concurso de reclamos contra el gobierno, solo para generar titulares sin ocuparse de lo fundamental: la unidad. Como advirtió Álvaro Gómez Hurtado, la política no puede reducirse a un espectáculo de discursos y vanidades. Hoy, Colombia se desmorona ante la mirada dispersa de quienes deberían liderar su rescate.
Se agota el tiempo para reaccionar. La tragedia ya está en marcha y el margen de maniobra se reduce. La oposición tiene el deber de abandonar egos y populismos para construir un frente común que defienda el futuro del país. No hay espacio para ambigüedades. El momento exige firmeza, claridad y un liderazgo a la altura del desafío. Porque mientras Colombia se juega su destino, Petro y su equipo siguen en su espectáculo de pacotilla.
@ernestomaciast