Me impactó la crónica sobre la vida y entorno familiar de la niña activista sueca Greta Thunberg, en la última entrega de Semana, a manera de resumen sobre un libro titulado “Nuestra Casa Está Ardiendo”, que a cuatro manos escribieron entre ella, su madre Malena, cantante de ópera - llegó a representar a su país en Eurovisión- su padre Svante, actor de teatro, y su hermana menor -sin tocaya- de nombre Beata, que yo pensé que era la fuente de su desvarío, pero no.
Ha sido triste la historia familiar y dramática desde cuando Greta, desde los once años, empezó a mostrar extrañas actitudes, como falta de apetito, depresión crónica, se encerraba a llorar por horas en la casa y en el colegio, llegando a ser víctima de bullying y al final descubrieron el nombre de su verdadera enfermedad: síndrome de Asperger, autismo obsesivo compulsivo y mutismo selectivo.
Beata, que sus padres tenían casi olvidada, empezó a hacerse sentir con brotes intempestivos de ira, por nimiedades y hasta su propia sombra la irritaba, se daba contra las paredes y le cantaba la tabla a su madre porque no le prestaba atención - sólo tenía ojos para su hermana- y llegó a decirle, en un ataque de histeria, que la odiaba y en fin de cuentas descubrieron los médicos que padecía trastorno por déficit de atención e hiperactividad, pero empezó a calmarse cuando ella misma descubrió su verdadera vocación: cantante, y allí anda encarretada, y Malena, en medio de la crisis familiar, se desmayó en una de sus presentaciones y tuvo que bajarle al canto y su esposo hizo lo mismo con la actuación, a quien sus hijas lo montaron en un escenario inédito, lo volvieron vegano y decidió bajarse del avión y regresar a la mula, porque Greta lo convenció de que sus emisiones iban en contravía del medio ambiente y, entonces, le toca “a guayo”, para acompañar a su hija a llevar las pancartas de la “Huelga Escolar por el Clima”.
Greta había visto en la escuela un documental sobre el cambio climático con un Océano Pacífico entapetado de plástico y ese fue el detonante de su trastorno pero, al mismo tiempo, su remedio, le dio por dedicar todas sus energías a luchar en favor del medio ambiente y se ha convertido en la gran activista y a su padre le cambió el libreto y le dio el rol de manager, y ahora todos viven felices, como perdices, y más lo serán cuando Greta se gane un gran premio medioambiental, y hasta se lo podrán crear post mortem de su paisano, Alfred Nobel, quien no lo incluyó en su testamento.
Post-it. Estaba en mora de referirme al libro de Juan Esteban Costaín sobre Álvaro Gómez Hurtado. Serio, juiciosos, bien escrito, retrata al personaje, a su padre Laureano y a su entorno, bien complejo. Pero, como dirían en La Voz, “me faltó algo”, ese ingrediente de sensibilidad, de la calidez humana que irradiaba el gran estadista y que sólo podríamos referir quienes pudimos conocerlo y estar cerca de él en circunstancias de la vida, porque el autor es joven y sólo pudo conocerlo de oídas y de leídas. Felicitaciones.