La tensión política en Colombia, provocada por las acciones y el comportamiento irregular de Gustavo Petro, quien no oculta su intención de aferrarse al poder, ha sobrepasado los límites de la paciencia y la tolerancia ciudadana. Su conducta ya no es simplemente cuestionable, sino francamente intolerable.
La narrativa del supuesto “golpe de Estado” que Petro ha venido gestando durante más de un año se ha convertido además en la mayor amenaza para la seguridad nacional. Esta estrategia incluye el debilitamiento sistemático de la Fuerza Pública y el fortalecimiento de grupos criminales, una combinación que ha llevado al país a una situación insostenible. De todo esto ocurre sin siquiera mencionar el deterioro de la economía, cuyos estragos comienzan a ser evidentes.
Lo más preocupante es que, lejos de apaciguar el ambiente, Petro eleva constantemente el tono de la confrontación. Utiliza de manera irresponsable su posición para atacar, de forma peligrosa, a sus críticos. Insultos como llamar “asesino” al expresidente Álvaro Uribe, o insinuar que el exfiscal Francisco Barbosa es un prevaricador y entregó tierras a criminales, además de mentirosos, son inadmisibles. Petro arremete con rabia contra el exvicepresidente Vargas Lleras y culpa al expresidente Iván Duque de todos sus problemas. Recientemente, emprendió una ofensiva visceral contra el presidente del CNE, César Lorduy, basada en acusaciones de un supuesto acoso sexual ocurrido décadas atrás. Su doble moral es evidente: mientras todo el petrismo en el Congreso eligió a Lorduy como magistrado, Petro ha protegido en su gobierno a personajes cercanos como Hollman Morris y Armando Benedetti, acusados de maltrato y acoso a mujeres.
Otro acto reprochable de su estrategia “golpista” fue convocar al cuerpo diplomático acreditado en Colombia para convencerlos de una supuesta “alianza criminal” en su contra. Desde luego, esta alianza es ficticia y jamás ha existido. La única verdadera alianza criminal es la formada por los grupos narcoterroristas, empoderados por el propio Petro. Este episodio es una vergüenza internacional, ya que los embajadores, bien informados, no se dejan engañar por este espectáculo circense, que no solo raya en lo absurdo, sino que pone en riesgo la estabilidad institucional y la democracia en Colombia, por evitar que lo investiguen.
La obsesión de Petro por hacer creer a la comunidad internacional y a sus fanáticos que existe un “golpe de Estado” roza el desequilibrio mental. Su memoria selectiva olvida que la norma (Ley 996 de 2005) que el CNE está aplicando para investigar su campaña fue aprobada por él mismo cuando era representante a la Cámara, y que su actual ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, fue coautor de la misma.
Es hora de detener esta pesadilla. Todo tiene un límite, y Petro ha cruzado todas las líneas rojas; ya se pasó de la raya, desestabilizando el país y sacrificando al Estado en favor de su ego y sus desmedidas ambiciones.
Los colombianos debemos actuar y comenzar por exigir a los 40 o más aspirantes a la presidencia que se unan para escoger a un solo candidato que enfrente al monstruo que está destruyendo el país. Es momento de dejar a un lado las vanidades personales y pensar en Colombia. “El palo no está para cucharas”, y ahora, más que nunca, necesitamos una figura que, por encima de partidos y nombres, encarne la salvación de la Patria. Es urgente que surja nuestra propia María Corina, sea hombre o mujer.
@ernestomaciast