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El grafiti, visto muchas veces desde los estereotipos, es una manifestación de memoria colectiva y de reconstrucción del tejido social. Conozca esta historia en las comunas de Medellín
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Hace un tiempo atrás tuve la oportunidad de conocer el trabajo de los artistas plásticos y urbanos que estaban desarrollando proyectos con impacto social dentro de las comunas de la ciudad de Medellín. Fue una experiencia fascinante. La extensa gama de aproximaciones, el despliegue de creatividad, cooperación, el nivel de involucramiento comunitario y en especial la potencia simbólica de las acciones y obras realizadas me mantuvieron emocionado, conmovido y conectado al punto de descubrir nuevos aspectos de mi curiosidad y asombro.
Fue una fortuna que uno de los acercamientos más íntimos fuera con algunos grafiteros. Ellos reventaron la burbuja de mis preconceptos y prejuicios. Además fueron pacientes y tremendamente apasionados mientras me compartían una nueva dimensión de su arte. Una sensación transversal en nuestros diálogos era esa incomodidad y ese dolor acompañado de tristeza; y por qué no decirlo, también de rabia, al saber que desde el momento en que decidían ser representantes del arte urbano serían automáticamente etiquetados, rechazados y en ocasiones hasta físicamente violentados por el estereotipo social que asocia directamente a esta manifestación cultural con el vicio, las pandillas y el vandalismo entre otras.
Al conversar con estos artistas sorprende la claridad de su autoconciencia frente al por qué de esta realidad, y al mismo tiempo que reconocen la presencia desafortunada de su arte en algunos de estos escenarios, lo que más se enfatiza e impresiona es la contundencia de la motivación común que comparten para apartarse de esos imaginarios y reconstruir la cultura del arte urbano desde otras dinámicas, desde otras motivaciones que buscan generar impactos positivos y relevantes dentro de los contextos en los que se manifestara. También sostienen que es una forma de vida y en especial una herramienta para motivar a los jóvenes a estar alejados del vicio y el crimen.
De esta manera me contaron su participación en el programa de Atención a Víctimas del Conflicto Armado de la Alcaldía de Medellín. Este programa inició en el año 2004 y que continuó funcionando años después, tenía como objetivo generar escenarios que apostaran a la reconstrucción de las verdades como una primera aproximación hacia la justicia, el perdón y la reparación. Para esto se buscaba involucrar y movilizar a las comunidades, a las víctimas, a las familiar y a las instituciones desde distintas estrategias en donde el arte fue sin duda un pilar fundamental de toda la estrategia.
Solo por mencionar un ejemplo además del grafiti, el programa de la Alcaldía aprovechó las posibilidades de la literatura y el dibujo para desarrollar el acompañamiento a niños víctimas del conflicto. Las familias y los profesionales que trabaron con ellos se dieron cuenta de que su imaginación estaba permeada por el miedo y la rabia. Ya no fantaseaban con historias de seres inexistentes sino que lo hacían guiados por la venganza hacia seres reales. Se dieron cuenta de que el mundo interno y en especial su fantasía y creatividad estaban siendo configuradas desde el miedo, el dolor, la rabia y la tristeza.
El dibujo, la escritura y la danza abrieron las puertas para conocer la experiencia de estos niños y se descubrió que estaban jugando sobre las ruinas dejadas por la violencia, y que la tendencia general era vivir tras el mundo adulto sin poder tener, construir ni proponer uno propio. Por medio del arte se les acompañó a reconectarse y a resignificar sus mundos internos, su fantasía y emocionalidad de manera que pudieran sanar y empezar a construir un mundo nuevo desde el perdón y la esperanza. La fantasía puede verse como una especie muy singular de rebeldía, un tipo de conquista que nos permite experimentar una libertad que abre caminos para sanar, para ser diferentes, para creer en lo posible, para crearlo. Colombia y el mundo necesitan también de fantasía.
Era impresionante presenciar la manera en que se pensaban posibles grafitis, obras plásticas u otras acciones para llevar a cabo en los distintos espacios especialmente significativos de las comunas. Entre profesionales y la comunidad se reunían e intentaban reconstruir los hechos y las vivencias individuales, buscando rescatar las memorias de las víctimas para visibilizarlas y que al menos parte de su sufrimiento adquiera sentido clamando por una sociedad diferente y por su derecho a la no repetición. Eran encuentros permeados por una dignidad solemne. El silencio y el respeto por el dolor del otro, el deseo de estar ahí; aunque fuera desde el silencio, desde la simple presencia, convertían a esos espacios en algo casi ritual en donde se sentía que todos estaban ahí para contener a uno pero que al mismo tiempo ese uno particular estaba expresando la voz de todos. Ahora que las voces se habían oído iniciaba su transmutación a partir del arte: fotografía, graffiti, arte plástico, pintura, escultura, escritura y el teatro entre muchas otras tomaron lo que aparecía en estos encuentros y se convertían un esfuerzo comunitario de reconstrucción y sanación de memoria, en donde los espacios, personas, sucesos y símbolos adquirían nuevos significados.
El grafiti se convirtió en una herramienta de reflexión y reparación simbólica que transformaba las paredes el lienzos para crónicas, en elegías a familiares o a líderes sociales. Los grafiteros se convirtieron en cronistas urbanos, en agentes de la preservación de la memoria y en promotores de los procesos de resignificación de la historia de un lugar que pudo ser una tumba y que ahora es un símbolo de reconciliación y de fraternidad comunitaria. Ahora en las paredes de las comunas se puede leer la historia de un barrio, de una ciudad, de un país y de una sociedad. También la de un individuo y una familia. Ahora las paredes de las comunas nos cuentan de la tragedia y la resilencia, del fortalecimiento del tejido social a partir de la reconstrucción de la memoria. Ahora sabemos que un grafiti no solo está sostenido por los ladrillos de una pared sino por una compleja red de emociones e historias, por la posibilidad de re-conocer el pasado desde el presente con esperanza hacia el futuro. Grafitis como los de las comunas de Medellín nos muestran que otro tipo de muerte que duele es la del olvido, y que el sanar la memoria puede ocurrir al recordar diferente, o quizá, simplemente recordando juntos.
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(*) @AndresRivera89 Instagram: af.rivera23. Literato y Psicólogo
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