Cuando el pasado 23 de marzo Colombia entró en régimen de cuarentena poblacional, como principal fórmula para frenar la amenaza inminente que significaba la pandemia del covid-19 –cuyo primer caso en nuestro país se detectó el día 6 de ese mes–, pocos pensaban que la emergencia sanitaria se extendería por más de cinco meses.
Esa es, pues, la primera gran conclusión sobre cómo llega el país a este 1o. de septiembre, cuando se acabará el llamado aislamiento preventivo obligatorio y se entra a un aislamiento selectivo. Es decir, que se terminan los confinamientos de la población como arma primaria para frenar un virus que ya ha contagiado a casi 600.000 personas y causado alrededor de 19.000 decesos.
Estas cifras, precisamente, nos llevan a la segunda conclusión: al país le ha ido bien si se tiene en cuenta que los escenarios epidemiológicos en marzo pronosticaban la posibilidad de que se registraran más de 300.000 fallecidos y alrededor de tres millones de infectados.
Aunque en semanas recientes la cantidad de contagios y fallecimientos diarios puso a Colombia en el top mundial de afectación, las estadísticas sanitarias señalan que en cuanto a enfermos y muertes por millón de habitantes nuestro país tiene muy bajas tasas y está entre los de mejor desempeño en Latinoamérica y el mundo.
De igual manera parecería claro que, afortunadamente, el plan de choque que se implementó en el estructuralmente deficiente sistema salud ha permitido fortalecer de forma rápida la capacidad para atender a los pacientes críticos. Esto se evidencia en que en apenas cuatro meses, el país pasó de tener 5.354 camas de unidades de cuidados intensivos (UCI) a 9.800.
Así las cosas, una tercera conclusión es que, a diferencia de lo que pasó en algunos países europeos y latinos, en Colombia el sistema de salud no se ha visto desbordado. Aunque en algunas ciudades la tasa de ocupación de las UCI sí se puso por encima del 90%, no se llegó al extremo de entrar en una especie de “régimen de guerra”, en donde los médicos tuvieran que elegir a quién le permitían el acceso a un respirador mecánico y a quién no, así ello significara un riesgo mortal.
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Lo cierto es que, según se informó al comienzo de la semana, la nación tiene un promedio de ocupación UCI de apenas el 34%, un guarismo muy positivo que, de paso, se constituye en una póliza de garantía respecto a la posibilidad de enfrentar posibles rebrotes de la enfermedad una vez el país se reactive casi totalmente a partir del próximo martes.
Y es evidente -otra conclusión- que Colombia, con sus cinco meses largos de cuarentenas, filtros a la movilidad y la actividad productiva, es hoy por hoy una de las naciones que más tiempo ha estado bajo este régimen de restricciones.
Al decir de los expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), nuestro país se puede citar como un ejemplo de buen manejo epidemiológico, no solo por la baja letalidad del virus sino por el alto porcentaje de personas recuperadas, indicador que ya el viernes estaba muy cerca de las 430.000. De igual manera, con casi 2,7 millones de pruebas de detección del coronavirus realizadas en estos cinco meses, se está en los primeros lugares de efectividad en el continente.
Alto costo
Sin embargo, estos cinco meses largos de emergencia, con un resultado destacable en lo sanitario, le han salido bastante caros al país. La economía, que a comienzo del año era una de las más boyantes del continente, sufrió el más grave coletazo de las últimas décadas, a tal punto que, al cierre del primer semestre, registró un decrecimiento de 7,4%, en tanto el desempleo se disparó a casi 20%. Los ingresos de la mayoría de las familias colombianas también han sufrido un golpe muy duro, a tal punto que algunos estudios y centros de investigación señalan que un porcentaje creciente de la población podría retroceder casi una década en términos de nivel de pobreza y calidad de vida.
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Esto último nos lleva a otra conclusión: la decisión de salir del largo régimen de cuarentenas estrictas, focalizadas y acordes con las realidades de cada departamento o municipio, se está tomando en gran parte porque el país, su sistema económico, las empresas y la población en general ya no resisten, literalmente, más encierro y parálisis. De hecho, de finales de abril a hoy más del 90% de la actividad económica y productiva se reactivó, en tanto que no menos de 300.000 empresas han reanudado labores de forma total o parcial, obviamente tras recibir el visto bueno de las autoridades sanitarias a sus protocolos de bioseguridad.
También resulta evidente que el Gobierno ha realizado uno de los esfuerzos presupuestales y fiscales más cuantiosos de las últimas décadas. Al amparo de dos estados de emergencia económica y social, se han movilizado en estos cinco meses no menos de 25 billones de pesos en subsidios, alivios y nuevos programas como el de Ingreso Solidario, así como en un ambicioso plan de apoyos directos o indirectos a las empresas de todo el país. Aunque el esfuerzo fiscal ha sido muy alto y hay quienes urgen una reforma tributaria para solventar el alto endeudamiento oficial y la caída en los ingresos, no se ha logrado amortiguar completamente el impacto recesivo y crítico de la pandemia en la economía real y millones de hogares, sobre todo de los sectores más vulnerables.
Está visto, entonces, que si bien es cierto que en las ciudades en donde el virus golpeó con más fuerza, como Bogotá, Barranquilla, Medellín y otras, la curva epidemiológica, tras varias semanas de meseta, empezó a disminuir lentamente, el fin del régimen de cuarentenas se debe principalmente a la necesidad urgente de reactivar la nación. Hay que ser claros: el número de contagios y decesos no ha disminuido radicalmente y prueba de ello es que, por ejemplo, este viernes se reportaron 8.500 nuevos casos de infectados y 299 fallecidos.
El reto
Visto todo lo anterior se entiende porqué, así como hay una gran expectativa respecto a la reactivación casi total del país a partir del martes próximo, también existe cierto temor en una parte de la población y las autoridades municipales y departamentales respecto al riesgo sanitario que significa prender a Colombia cuando todavía la curva epidemiológica no ha cedido lo suficiente.
La reanudación gradual del transporte aéreo doméstico e internacional, así como del terrestre público y particular de larga distancia a partir de la próxima semana constituye un reto frente a la estrategia sanitaria aplicada hasta el momento, en donde la clave ha sido el control regional y local de los focos de contagio.
Es claro que ahora, con la eliminación de las cuarentenas y la autorización para que los colombianos se movilicen en aviones y por carretera por todo el territorio, existe el peligro de que municipios que han tenido una baja o nula afectación por el virus terminen siendo impactados por esta “nueva normalidad”, en la que la tesis ya no es esconderse del virus sino convivir con él, aplicando estrictos protocolos de bioseguridad y en espera de que prontamente se descubra y distribuya la anhelada vacuna.
Así las cosas, Colombia llega a este 1 de septiembre con el que bien puede considerarse como el desafío a la disciplina social y la responsabilidad individual más grande de las últimas décadas. Evitar el contagio estará en cabeza de cada quien y de su mayor o menor capacidad de aplicar recomendaciones básicas como el distanciamiento social, el uso del tapabocas, el lavado de manos y otra serie de procedimientos sanitarios para evitar la infección.
Es claro, igualmente, que el segundo gran reto que desde ahora asume el país será su capacidad para aplicar de forma efectiva y práctica el plan de reactivación económica y social que el gobierno Duque anunció por más de 100 billones de pesos. Un plan que debido a la estrechez de las finanzas públicas deberá ser jalonado principalmente por un sector privado bastante golpeado. Y un plan en el que le corresponderá al Presidente de la República, bien posicionado en las encuestas, la difícil tarea de allanar los consensos con todos los sectores para reconstruir lo que la pandemia arrasó en múltiples flancos.