El desastre de la gestión de gobierno de Petro lo ha conducido a violentar los tiempos y a abrir las compuertas para el inicio de las elecciones de Congreso y presidenciales del 2026. El presidente así lo entiende, y conturbado por los índices decrecientes de aceptación ciudadana a su errático y disparatado desempeño, ha escogido alimentar la polarización que le permite galvanizar a los propios e intimidar a sus críticos, incendiando el alma de los suyos y acentuando la inseguridad de sus opositores.
Apuesta a los réditos que le pueden proporcionar los beneficios de expandir una burocracia inepta para el cumplimiento de sus tareas, pero comprometida en los beneficios que dispensa en la tarea electoral; confía en el reparto de subsidios a los más vulnerables; simula ignorar el asalto de sus alfiles a los presupuestos de las entidades públicas; y se vale de la rampante corrupción que aqueja a muchos de los operadores políticos para controlar congresistas de diversos partidos.
Con desaciertos y sin otra estrategia que la de procurar sumar a la paz total a todas las organizaciones armadas criminales, se ha visto obligado a la confrontación militar con ellas, siempre y exclusivamente animadas por las riquezas que procura el narcotráfico, la minería ilegal, el secuestro y la extorsión, pero que, con sus hordas, han extendido su control territorial y la vulneración de los derechos fundamentales de las poblaciones sometidas a su barbarie.
Un fracaso más, que explica la desazón de la opinión pública que se evidenció en la rabia expresada por la juventud en su encuentro con el presidente el pasado miércoles, conminado a trabajar en vez de pronunciar discursos populistas que nada resuelven. Es la suma de un electorado que se consideraba propio, a las tribulaciones que padecemos los colombianos, y que se agrega a la inseguridad rampante, la desaceleración económica, la caída de la inversión, el aumento del desempleo y el estancamiento del crecimiento; una tempestad que afectará a todos los estamentos de la sociedad.
Constituyente ni referendo habrá; no tiene Petro como construirlos, pero insistir en ellos induce a batallas desgastadoras que buscan hacer tardía la necesaria alternativa que convoque al país a la recuperación de un destino posible y a la construcción de una arquitectura institucional que responda a los vientos de cambio que hoy sacuden al orbe entero. Es una esperanza que animó la marcha del 21 de abril y que debe concretarse antes de que sea tarde. Alguien ya la calificó de “pospetrismo”, y no da espera su realización.
La ruptura constitucional de Petro no prosperó. Fuera del pacto histórico, ninguna fuerza política se aventuró a semejante dislate. Las Fuerzas Militares recordaron que su mandato es la defensa de la Constitución y las obsecuentes mayorías del gobierno en el congreso se han esfumado. El discurso de Petro el 1 de mayo puso pesada lápida al desquiciado propósito de sustitución constitucional por una aventura ya conocida y sufrida en estas latitudes por apesadumbradas naciones, hoy huérfanas de libertades y democracia.
Está abierto el camino para un nuevo acuerdo nacional que se imponga por sobre la pretensión de continuidad del petrismo y que convoque desde el centro izquierda hasta la derecha para el cambio en democracia. Ojalá sepamos transitarlo.