Empieza otro año y como siempre el 1º de enero, día festivo que conmemora (¿o celebra?) la Circuncisión de Jesús, tal como lo era en aquella época (y lo es ahora) ocho días después del nacimiento de un varón en el judaísmo. Fecha -como la Navidad- para reunirse con la familia, pelearse con la familia, y sobre todo para planear cosas, por ejemplo, hacer turismo; por ejemplo, para sacarse un pasaporte; por ejemplo, para adjudicarse una nueva nacionalidad, como la española.
Se sabe de algunas clases de turismo alternas a la tradicional; turismo de salud, para la gente que va a tratarse a países más avanzados o más baratos. O el muy de moda en su momento: ir de América Latina a U.S.A. para vacunarse contra el SARS-CoV-2. También está el muy vigente tour a Turquía para hacerse macramé en los cráneos despoblados. Pero el que nos ocupa en esta ocasión es el paseo transatlántico que han realizado hacia España miles de ciudadanos latinoamericanos (y de otras latitudes), quienes apelando a su pasado sefardí tenían derecho (hasta hace algo más de un año), a solicitar el tan apreciado pasaporte color burdeos con el escudo del Reino estampado en oro, como si fuera la búsqueda de El Dorado, pero al revés. Todo un camino de rosas, si se ha tenido el temple, el dinero, el aguante del papeleo, la espera y si todo va bien (se han rechazado muchas solicitudes por fraudulentas) el desembolso del tiquete aéreo. La clave: cumplir con un menú de requisitos a escoger (una veintena), eso sí, acreditando -entre otros- ser descendiente de algún judío expulsado de España en 1492, para “enmendar la deuda histórica con sus antepasados” o en el caso de los(as) oportunistas, poder turistear por las Europas sin pedir visa.
Estadísticas no oficiales registraron el disparo de las ventas de cientos de ejemplares de la Torá y de diccionarios español-ladino ladino-español, así como la implementación de clases on-line para repasar la conjugación de los verbos en la segunda persona del plural, obsoleto en América Latina; además del aprendizaje -por si las moscas- del surtido de frases hechas que ondea a diario el ciudadano(a) española(ol). Igualmente se llegó a afirmar que, en algunas peluquerías de Bogotá, México D.F. y Caracas, se rizaron rizos ortodoxos para los mechudos y se aplicaron extensiones de tirabuzón a quienes fracasaron en Estambul. Otros rumores menos creíbles aseguraron que su majestad Google colapsó ante la búsqueda frenética de la letra del himno español, que según se cuchicheaba, debía cantarse ante notario.
Con lo que no cuentan los varones neoespañoles (los caminos tienen espinas) es que está fraguándose -se asegura en los mentideros legislativos– un proyecto de ley llamado "Out prepucio, Américo Vespucio", cuya proposición dispondría (a quienes se dispongan a viajar) de la exigencia en origen de examen visual del penis americanus, y dado el caso registro táctil, para evitar picardías tan propias de estas tierras. Por lo tanto, los que aún tengan el defecto (presumiblemente la mayoría) deberán pasar por quirófano, dejarse unos centímetros de piel y honrar a sus ancestros conversos o no, oportunidad de oro para los mismos y las mismas que se enriquecieron vendiendo mascarillas durante la remotísima pandemia, y como es de esperar, saldrán tours a lugares asépticos, nacerán clínicas clandestinas con promociones 2X1 y para los menos adinerados, se editará un folletín tipo “Hágalo usted mismo”.
¡Afilad las cuchillas, asentadlas sobre el cuero, bajad las braguetas! Alguno protestará: bueno, y a las mujeres qué". Y una abuela -de las de antes- responderá que a ellas "ni con el pétalo de una rosa".