La entrevista realizada al general Naranjo por Yamid Amat y publicada en El Espectador, cobra interés y alcances muy diferentes a los que supuestamente animaban al entrevistado y a su entrevistador. En efecto, ambos ahondaron más en señalamientos y acusaciones dirigidas a alimentar la polarización que ellos dicen condenar, que en destacar los verdaderos elementos de una estrategia que, sin embargo, se percibe en el tenor de sus palabras y es susceptible de provocar fundados temores por sus devastadores efectos sobre la democracia y sus instituciones.
Bajo la apariencia de ser ajeno a militancias y orígenes partidistas que le confiere su condición de militar y reclamando para si la dificultad que tiene de entender la dinámica de la política, atribuye a esta necesaria actividad de la vida de las naciones un sustrato de odio que aparentemente la animaría y expresa un tajante reproche a la misma: “lo que si rechazo es que la política sea perversa y esté sellada con la marca del resentimiento, del odio o de la descalificación”. Esas peyorativas expresiones de quien dice no hacer política sino gestión pública, encuentran inspiración en la afirmación del señor Presidente de que “la lucha por el poder, que es la política, infortunadamente saca a relucir lo peor de la condición humana” y corresponderían al propósito de abrir espacios a un populismo carente de sustancia pero generador de aventuras totalitarias que sustituyen las instituciones democráticas por la voluntad omnímoda de dictadorzuelos sin alma y sin escrúpulos. Se declara el candoroso General “aterrado” del funcionamiento de la política, sin seguramente entender que ella es la mejor contención contra el ascenso del comunismo o del fascismo por el que pugnan los herederos del castrismo y del chavismo.
Al General no le gusta la política: “Porque no estoy hecho para la transacción. Me parece que la política electoral, como decían los griegos, es agonal. Siempre hay un conflicto que hay que dirimir a través de una transacción, de una concesión. Las zonas grises son muy amplias y para mí en la política hay demasiados grises.” Semejante concepción de la política destierra la libre expresión de la voluntad popular, fundamento de legitimidad del poder y columna dorsal del régimen democrático. Es el silenciamiento del constituyente primario, hoy poco apreciado por los que lo sustituyeron por la refrendación del Congreso al Acuerdo con las Farc. Pero, además, el general profesa una concepción limitada de la institucionalidad. Al referirse al malogrado acuerdo con Timochenko y sus lugartenientes dice que éste “no claudicó valores ni principios democráticos, ni mucho menos sacrificó instituciones para alcanzar la paz, aquí, el Ejército, la Policía y la Fuerza Pública salieron fortalecidos.” Además de errónea es inquietante la aseveración.
No extraña entonces que el maquiavélico entrevistador considere que los pensamientos del General “son toda una concepción ideológica” que podría encarnar una opción para el cuatrienio 2018-2022. Por fortuna el General no se siente tentado por esa ambición. Y al General hay que creerle. ¿O no?