“Tener humildad por nuestro limitado conocimiento”
Vivimos y morimos en el reino de lo ambiguo. Ese es el legado del siglo XX, del principio de incertidumbre inscrito en lo poco que sabemos del universo. Universo que se esconde tras un velo que oculta al menos el ochenta por ciento de lo que nos es dado, hasta ahora, conocer. Y solo un insensato hablaría de aquello que desconoce tanto. Pero es lo que hacemos a diario y a veces con el énfasis del que no conoce la duda.
Sobre ese abismo de ignorancia, pontificamos. Sin rubor, pues eso hace parte de esa parte del ser humano tan oculta de nosotros mismos como lo pueden estar las estrellas. No sabemos quién somos. Aunque somos, la autoconciencia del universo mismo.
La física, que antes se llamó filosofía natural, deviene en cosmogonía, en mitología, desde hace unos setenta años. Algunos reconocen esa paradoja y otros no. Estos últimos no aceptan que tan solo son otra narrativa que pretende ser la única valedera. Pero como lo admitió el autor de Principia Matemática Alfred Whitehead, no se sabe si la ciencia explica al universo o si tan solo lo describe. El valioso avance tecnológico que produce resultados prácticos, por sus mismos logros oscurece esa ignorancia fundamental. La base material sobre la cual se fundó el determinismo de los tres últimos siglos ha sido arrasada. El universo no es una máquina y semeja más bien el onirismo de un sueño, de un pensamiento.
Todo experimento incluye al sujeto como parte consustancial de lo experimentado. No hay ya observador “objetivo”, posible. Esto produjo resistencias entre los académicos, en especial entre los más antiguos, resistencias que perduran aun hoy. En un simposio el físico y pensador (es necesario hacer esa distinción) Max Planck dijo sonriente: “Una nueva teoría no se impone porque los científicos se convenzan de ella, sino porque los que siguen abrazando las ideas antiguas van muriendo poco a poco y son sustituidos por una nueva generación que asimila las nuevas desde el principio”.
La base material se ha esfumado, el átomo que los materialistas como Laplace creían una certeza, en realidad a veces es partícula o a veces es onda, o ambas cosas al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto. La “razón” se topa con sus límites contraevidentes y no sirve ya para predecir lo que ocurrirá como se creía ayer. Los logros técnicos, prácticos, de manipulación de la naturaleza, oscurecen esa conclusión. Pero es una conclusión, al fin y al cabo, que cuestiona al maquinismo utilitario. Toda aseveración sobre el universo es conjetural y arbitraria, como decía el gran Borges, por una razón muy sencilla: no sabemos qué cosa es el universo. Y en contra del determinismo otro pensador, W. Heisenberg, repetía: En la afirmación “si conocemos el presente podemos predecir el futuro”, lo falso no es la conclusión sino la premisa.
Esa es la ambigüedad en la que vivimos, la que aconseja cierta humildad a nuestro limitado conocimiento. A nuestra ilimitada ignorancia.