La dictadura venezolana ha desatado la más peligrosa crisis de que se tenga recordación en las últimas décadas en el continente. Sus efectos lograron desmantelar el Estado de Derecho, someter a su población al hambre o a la migración forzada, violentar los derechos humanos de su población, encarcelar -cuando no ejecutar- extrajudicialmente a sus oponentes y encubrir toda clase de delitos de su cúpula dirigente.
El castrochavismo es hoy un régimen depredador de vida y libertades de sus ciudadanos y refugio de facciones terroristas de toda pelambre. Se ha constituido en el despiadado verdugo de sus connacionales y en una creciente amenaza a la paz y seguridad hemisféricas. El entorno que ha generado supera largamente las vicisitudes provocadas por el conflicto centroamericano. Allí, para fortuna de sus pueblos, el derrumbe la Unión Soviética, el debilitamiento consiguiente del régimen castrista y el apoyo de la comunidad internacional, permitieron los acuerdos de paz que restauraron la democracia y desactivaron toda pretensión belicista.
Con Venezuela ocurre todo lo contrario. Maduro ha instaurado un régimen de dos cabezas: el Presidente y una Asamblea Constituyente espuria que es su cómplice en lo delictual y su soporte en el ejercicio de la tiranía. Cuenta con el apoyo de Rusia y de China, que disponen de lo que resta de su riqueza petrolera, con la contribución de esbirros cubanos que silencian a la oposición y proveen seguridad al sátrapa y a su entorno, y con la hermandad ideológica de una izquierda internacional variopinta que comprende desde Rodríguez Zapatero hasta ‘Timochenko’ e ‘Iván Márquez’.
Colombia ha sido blanco de repetidas provocaciones consistentes en violaciones del espacio aéreo y territorial por parte de fuerzas militares del régimen castrochavista. La migración forzada del pueblo venezolano, acogido fraternalmente en nuestro país, al igual que sus dirigentes políticos que huyen de la muerte que les ha decretado el régimen, enervan a Maduro, Diosdado y sus semejantes, hasta el punto de movilizar tropas a las fronteras y de especular con una agresión armada a nuestro país. El presidente Duque ha respondido con serenidad, libre de ánimo y lenguaje belicista, porque entiende que las armas solo perpetúan el padecimiento de los venezolanos, las violaciones a sus derechos y la continuidad de sus victimarios, y son contrarias a nuestro talante pacífico y a nuestra vocación democrática.
La solución provendrá de la presión internacional y de los medios diplomáticos para obligar el retiro de Maduro y su Corte. Mientras ello ocurra, una democracia amenazada militarmente debe proveerse de medios disuasivos que garanticen su supervivencia. Es una respuesta legítima y una enseñanza de la historia que no se debe olvidar, así no la compartan las izquierdas y los farianos.