“La autenticidad en arte se da imitando lo que es digno de imitar”
Le dieron el premio nobel a Bob Dylan, el prolífico cantautor (casi cuarenta álbumes) de Blowing in the wind y de Guns and roses, de la gran generación la de las años sesenta que es la mía; él decía que en Norteamérica había visto perecer en la locura a las mentes más brillantes.
Monsivais de una periferia menos ortodoxa, respondía que él también había visto perderse las mentes más brillantes pero por falta de locura… añadía que en estos países cuando entendía lo que estaba pasando, ya había pasado lo que estaba entendiendo.
Esa generación postuló la tolerancia universal. Sus cantos a las mujeres escuchadas cuando ya son ancianas, respiran el orgullo de no haberlas reducido a una función reproductiva o a objetos de posesión. Ellas a su vez hallaron su voz en el arte. Se postula el amor por la naturaleza y se eleva el folclor a voz universal, que es a lo que debe aspirar todo verdadero folclor, con Dylan y Los Beatles. Nos opusimos al dogmatismo ponificioso posando de liberal de la generación anterior. Se respetó la inclinación sexual. Y enfrentamos nuestra soledad central a los poderes establecidos del estatismo o de la otra más sutil tiranía consumista, y las falsas religiosidades de todo tipo. Fue el drástico paso en occidente de lo rural a lo citadino en lo sensible y superó por mucho a las pasadas generaciones de ese siglo dogmático, nacionalista y belicoso. Si fuimos síntoma no dejamos de ser diagnóstico. Y gozamos la evidencia de ver como las generaciones siguientes retoman esa inspiración, esa nueva sensibilidad que, sin ser nuestra pretensión, dejamos.
En la red hay divergencias. Como si la literatura no incluyera a los aedas, como si Homero no hubiese sido también cantor, o existiera un cisma entre la oralidad y la escritura. La otra dicotomía es creer que si se goza el folclor ajeno se debe demeritar el propio. Pues no. Uno disfruta a Bach y a sus canciones de cuna sin dar explicaciones. Bach y Beethoven no habrían sido posibles sin esas canciones olvidadas que los conmovieron de niños... Igual ocurre con la música criolla, que no nos impide vibrar también con la de otros lares. La autenticidad en arte se da imitando lo que es digno de imitar, vale decir amando lo propio como nos lo que muestra Dylan. Que a partir de lo propio sigue el consejo de los inmortales griegos que allegaban a lo universal caminando por la vereda del pueblo.