CARLOS ALFONSO VELÁSQUEZ | El Nuevo Siglo
Domingo, 18 de Septiembre de 2011

El conflicto armado es político

“Proviene más de polarización que de precisión conceptual”

Miembros de la Comisión de Paz del Congreso radicaron recientemente una propuesta de reforma constitucional buscando crear un “marco jurídico” que permita adelantar eventuales procesos de paz con las guerrillas. Apenas lógico que así haya sido pues como lo afirmó el presidente Santos al instalar el foro “Legislar para la paz”: "…cualquier persona tiene que estar mentalmente enferma si no quiere la paz…". Es más, ¿puede algún Estado-Nación del mundo dejar de lado su obligación de mantener, o al menos buscar la paz dentro de sus fronteras?

Ahora bien, pese al paulatino descenso del nivel de influencia del ex presidente Uribe en el debate público, es probable que se vuelva a encender la discusión alrededor de la caracterización del conflicto. Es que aún quedan en el ambiente rezagos de ocho años en los que el ex, haciendo gala de una inusitada obstinación, quiso borrar del léxico colombiano el término (y el consecuente concepto) de “conflicto armado”, pretendiendo reemplazarlo por el de “amenaza terrorista”.

La contraposición entre “conflicto armado” y “amenaza terrorista” es claramente equívoca. Su error consiste en confundir el todo, el conflicto, con una de sus partes: el uso de acciones terroristas como una de sus tácticas, no la única ni la más empleada. Es decir, en olvidar que lo que caracteriza a una organización terrorista es el uso del terrorismo como principal táctica de lucha. El propósito de Uribe -y de asesores como J. Obdulio- fue borrar de tajo cualquier connotación política de las guerrillas. Así quiso evadir la realidad: cada guerrilla es un actor del conflicto; descompuesto y degradado sí, pero de todos modos político. No se cayó en la cuenta de que asumir lo político de la confrontación no conlleva otorgarle legitimidad política al enemigo, entre otras porque aquella se merece, no se impone. Y que caracterizar un actor como político no conlleva catalogarlo como “bueno”. En esto la historia es elocuente. Por ejemplo, Alemania fue gobernada por Hitler y por Adenauer ¿ambos igualmente legítimos?
¿Ambos igualmente buenos?

En Colombia, durante los largos años de duración del conflicto armado el lenguaje para referirse a las guerrillas ha pasado por los términos de “insurgentes” o “subversivas” hasta llegar a los de “narcoguerrillas” y “narcoterroristas”, pero esta mutación proviene más de la polarización que se genera en la guerra que de claridad y precisión conceptual. Por esto hay que poner de manifiesto que tanto el narcotráfico como las acciones terroristas son más medios que fines. Medios degradados y degradantes sí, pero medios al fin y al cabo; el objetivo último de la organización guerrillera sigue siendo el poder político, sin que reconocer esto implique otorgarles legitimidad política.

Al respecto es preciso recordar que una cosa es identificar un problema y otra, muy distinta, justificarlo y que identificarlo es esencial para afrontarlo y buscarle solución. Con desestimar al oponente lo que se logra es incentivar su radicalización, no avanzar hacia la solución del problema, es decir, hacia la terminación del conflicto.