En 2001, el acrónimo “BRIC” nació como una simple agrupación de grandes economías emergentes, abarcando a Brasil, Rusia, India y China. Desde entonces, esos cuatro países han buscado coordinar sus políticas económicas, incorporando en 2010 a Sudáfrica y dando a conocer la organización “BRICS.” En los últimos dos años, esta misma le ha otorgado membresía a Egipto, Etiopía, Irán y Argentina, entre otros países en vías de desarrollo.
Hoy, Gustavo Petro busca integrar a Colombia a los BRICS, con el aval del gobierno de Brasil y el apoyo mediático de la dictadura venezolana. Para evaluar los méritos de esta decisión, debemos considerar las ventajas teóricas de la integración económica y, ante todo, las consecuencias reales de alinearnos con esta organización específica.
Una ventaja esencial de la integración económica es la capacidad de expandir los mercados disponibles para nuestras empresas, incrementando así su capacidad de generación de riqueza. Adam Smith, el padre de la economía moderna, observó hace casi 250 años que las economías pequeñas y aisladas, al ofrecer escasas oportunidades comerciales, reducen la variedad de estas que pueden llegar a ser viables. Por ejemplo, una fábrica de ladrillos grande, moderna y eficiente no podría sostenerse a partir de la demanda de un solo municipio rural. Hoy en día, es indispensable exportar para poder competir, porque nuestro mercado nacional de 50 millones de personas, por más próspero que llegue a ser, nunca ofrecerá la escala necesaria para construir en nuestro país industrias de vanguardia. Siendo así, los acuerdos internacionales son bienvenidos en la medida en que reducen barreras comerciales y regulatorias entre Colombia y el mundo.
Por otro lado, la integración económica sirve como una forma de blindar los derechos de nuestros ciudadanos a partir de acuerdos internacionales que limiten el alcance de nuestro propio deterioro institucional. En este sentido, el ejemplo de la Eurozona es particularmente instructivo, pues la adopción del Euro como moneda oficial por parte de sus miembros garantizó la solidez de los ahorros de sus ciudadanos, eliminando la posibilidad de que las autoridades nacionales abusen de la política monetaria para beneficiarse a expensas de la moneda nacional. Cuando Javier Milei propone la dolarización en Argentina, ésta debe entenderse como un paso hacia la integración del país austral a la economía global, con el fin de proteger los ahorros de los argentinos contra la hiperinflación que conlleva la politización crónica de la emisión de dinero.
Colombia ha gozado, por ahora, de un banco central independiente que obedece a nuestras circunstancias macroeconómicas, ventaja que debemos luchar por conservar. Aun así, los acuerdos comerciales de las últimas décadas han sido fundamentales para reducir la onerosa carga regulatoria que ha restringido nuestro desarrollo. Debemos seguir avanzando en esa dirección.
Teniendo en cuenta estas ventajas potenciales, podemos concluir que el acercamiento a los BRICS es ineficaz en el mejor de los casos e inconveniente en el peor. Cualquier tipo de armonización de políticas comerciales o regulatorias con los miembros originales de los BRICS, en su mayoría más proteccionistas que Colombia, llevaría a una economía colombiana más cerrada y hostil a la inversión por fuera del bloque. Los mismos países miembros representan alrededor del 12% de las exportaciones colombianas, mientras que las potencias del G7, cuyas instituciones son infinitamente más dignas de nuestra imitación, representan el 34% de nuestras exportaciones.
Por razones productivas e institucionales, debemos profundizar nuestros lazos con el mundo desarrollado y democrático, no con el bloque que hoy lidera el verdugo de Ucrania.