Un país no puede cambiar a voluntad de vecindario. Y hay que aceptarlo como un hecho fatal, es decir inmodificable como el destino de un Rey antiguo. Colombia ha sido uno bastante incomodo durante más de medio siglo sin que haya necesidad de enumerar el por qué. Ahora debe ser tolerante con la vecindad de un país que optó por un modelo de desarrollo pifio. Ahorrado los bostezos de una visión macro, imposible por lo demás en 500 palabras, el establecimiento venezolano de ayer y de hoy tiene un cordón umbilical común. Ambos tuvieron la dicha de una renta fácil que les brota del suelo. Suerte que conlleva una sombra como la de los hijos indolentes de padres opulentos.
Ayer esa riqueza estuvo en manos de los Copeis y los Adecos quienes no pudieron apuntalar otros sectores productivos. Aunque repetían la fea metáfora de “sembrar el petróleo” durante años. Pero la gran opulencia disimuló ese íntimo fracaso. El modelo chavista hizo lo mismo con peores resultados: también venden petróleo a USA. Su cercanía lo hace más competitivo que el del extremo oriente. Como ese imperio es el mismo imperio, resulta hoy mal ponerlo de chivo expiatorio por el fracaso del modelo de una revolución “antiimperialista”.
Ayer el bipartidismo dominante quiso (como en Colombia) permanecer alternándose en el gobierno. Se llamó “Acuerdo del punto fijo” allá y “Frente Nacional”, acá. En ambos países los partidos que gozaron de esos acuerdos fueron perdiendo opción real de poder hacia el futuro.
Al principio de siglo por la subida de precios de las materias primas, commodities, los caudillos de la región en ambos países (así como en Bolivia y Ecuador) forzaron la Constitución y se hicieron re-elegir. Alegaron que sus geniales gobernantes eran los causantes de ese gran premio aleatorio de la lotería. Les creyeron.
Pero en Colombia la Corte Constitucional impidió la perpetuación del caudillo. En cambio, en Venezuela continuó la revolución “socialista del siglo XXI”, justo cuando el socialismo como el unicornio tenía el notorio defecto de no existir en la cotidianidad. Lo que había triunfado como modelo en el planeta era el capitalismo con seguros sociales. Y tanto China como Rusia, habían optado por el engranaje de la propiedad privada sobre los medios productivos. Aunque eso sí las libertades liberales democráticas aparejadas les resultaban ajenas por tradición.
A Colombia han llegado huyendo un millón doscientos mil emigrados de Venezuela, y siguen llegando centenas de miles cada mes. Es un potencial productivo enorme, ha sido un verdadero salvavidas para la recolección cafetera. Y nuestra producción petrolera, desde el arribo del chavismo, se ha cuadruplicado con la llegada de ingenieros, geólogos y técnicos, y comercializadores del petróleo. La migración de nuevo constata la validez histórica de beneficiar al anfitrión. Y el desempleo no ha crecido, antes bien se han aumentado los puestos de trabajo. Esto contrarresta la gran caída de exportaciones al hermano país, aunque no es posible contabilizar el contrabando de medicinas y alimentos.