La semana pasada se llevó a cabo la asamblea anual de la Cámara de Comercio Colombo Americana, y junto a otros senadores discutimos las relaciones con los Estados Unidos.
Es interesante como criticamos la aproximación paternalista que domina las relaciones públicas, y como al mismo tiempo, queremos replicar la aproximación en las relaciones internacionales. Se pretende aplicar esa misma visión desbalanceada donde hay uno adulto y un menor, sin mucha capacidad, y por lo tanto es responsabilidad del mayor cuidar y velar por los intereses de ambos.
Con esta premisa se sostiene que las bajas exportaciones, el pobre desempeño de la industria nacional y la baja productividad del agro es responsabilidad de Estados Unidos.
Antes del TLC con E.U., en el 2012, las exportaciones a Estados Unidos superaban los 21 millones de dólares y las no tradicionales (que incluyen productos del agro y la industria nacional) llegaban a los 5 millones de dólares. Para 2017 la situación llegó a un nivel de deterioro con unas exportaciones de apenas 10 millones de dólares en las primeras, y de 3.8 millones de dólares, en las otras.
La crisis del sector es generalizada y una de sus razones es la alta concentración y dependencia de las materias primas. Cerca del 70% de las exportaciones totales son commodities como petróleo y carbón, y 7 de cada 10 exportaciones no tradicionales pertenecen a solo cuatro grupos. Se hace urgente una política industrial de largo plazo y diversificar la canasta exportadora.
También argumentaron algunos que la economía de mercado y el libre comercio genera monopolios y destruyen la economía. Nada más equivocado. El libre comercio es capaz de generar riqueza. Por supuesto, no soluciona por si solo los problemas de equidad y exige del Estado atención para ayudar los sectores estratégicos a salir adelante. El TLC con E.U. no ha funcionado porque el gobierno no ha sido capaz de generar políticas públicas suficientes y capaces de consolidar sectores exportadores. La ausencia de una política industrial a largo plazo, la baja continuidad de las políticas de competitividad y el abandono al aparato productivo durante estos ocho años es la causa de nuestro fracaso.
Otro aspecto de las relaciones con el país del norte es el narcotráfico. Para algunos el asunto es la guerra que hemos “heredado” y que no tendríamos que dar si no fuera porque nos la imponen. Nada más falso. La guerra contra las drogas es fundamental para la supervivencia de nuestras instituciones. Colombia no puede dejar que el narcotráfico avance, pues seríamos un narco-Estado muy pronto. Estados Unidos ha sido un socio en esta lucha. El plan Colombia recibió más de 10 mil millones de dólares que se complementan con otros 4 mil millones.
Es fácil entender que ese socio se alarme cuando Colombia supera las 200 mil hectáreas de cultivos ilícitos, o cuando ve que en lugar de perseguir a las cabecillas de un grupo narcoterrorista se decide premiarlos con curules en el Congreso y decretar que el narcotráfico es un delito político.
El país debe avanzar en la reducción del llamado “costo Colombia” para ser más competitivos frente a nuestros vecinos y con una estructura tributaria racional que deshaga los elevados tributos que fijó este gobierno.
También se debe trabajar para reducir los sobrecostos en transporte y las demoras logísticas en los puertos, así como velar para que los precios de la energía estén el promedio de la región, y no dos dólares por kw por encima.
Finalmente se deben vincular a las Universidades y centros de investigación así como a los promotores de la innovación que tienen el conocimiento para mejorar la productividad y engranar la formación de capital humano con las necesidades de la industria.
Colombia merece un gobierno que este comprometido con el sector productivo, con políticas de largo plazo que vayan de la mano con el empresariado, que promuevan la generación de empleo formal y con buenos salarios. Un gobierno de Iván Duque y el Centro Democrático tiene la capacidad y la energía para que Colombia encare el desafío de ser responsable de su crecimiento sostenido.