Apelar a una constituyente para salvar una agenda de gobierno es asumir un riesgo que denota, o claridad en los propósitos o confusión de los mismos. Si es lo primero, es una audacia que hasta podría felicitarse en caso de salir bien, pero si es lo segundo, es una medida desesperada que puede precipitar el desprestigio e incluso la pérdida del poder. En el caso de Petro, puede que se resuelva de la segunda manera más que de la primera. Y es en esto cuando la historia trae sus lecciones, ya que como diría Alfredo Vázquez Carrizosa, constituyente en 1991, “en no pocas circunstancias, la Constituyente se ha salido de las manos de sus promotores, con resultados ciertamente inesperados. Es un violín que sirve para todo y para toda suerte de partituras” (N° 5, Revista Credencial Historia).
Por ejemplo, a propósito del caso de 1991, nuestro precedente inmediato, al presidente de entonces, César Gaviria, se le dio la constituyente gracias a que era un consenso previo a su elección como presidente, consenso logrado en buena medida por el movimiento estudiantil de la Séptima Papeleta. La calidad de ese consenso era tal, que incluso si no hubiese quedado Gaviria electo presidente, todos los otros candidatos ya se habían comprometido a realizar una constituyente en caso tal de que dicha opción ganase por medio del tarjetón elaborado para dicha elección, que se votó simultáneamente a las elecciones para presidente. La historia posterior ya es conocida: elección de delegados, deliberación en torno a cinco comisiones y proclamación de la nueva constitución. Ni siquiera la revocatoria del congreso opaco al ejecutivo, pues dicha decisión fue mancomunada con la oposición.
Historia muy diferente de las más distantes de Laureano Gómez entre 1953 y 1953, la de Rafael Reyes entre 1905 y 1909 y la de Tomás Cipriano de Mosquera entre 1862 y 1863, en las que todos terminaron, justamente por convocar una constituyente, siendo presionados para su salida (Gómez) o renuncia (Reyes), o incluso de forma aún más interesante, viendo no solo limitado enormemente su mandato sino incluso el del poder ejecutivo en general (Mosquera). Incluso quienes se atrevieran a volver a ejercer como presidentes, como es el caso de Mosquera en 1866, no duro lo suficiente como para ver cómo al año siguiente era depuesto por el ejército a petición del congreso que recién Mosquera había clausurado. Podría pensarse que el caso de la constituyente de Rafael Núñez, que redacto la constitución de 1886, es una excepción notable, pero si tenemos en cuenta que su convocatoria requirió una guerra civil como la de 1885, no resulta muy halagador el ejemplo, por lo que queda claro que las constituyentes no tienen un historial muy alentador que digamos.
Y para cerrar, bien debería tenerse en cuenta nada más ni nada menos que el caso de Simón Bolívar, quien, al insistir en una constituyente, como la que efectivamente se convocó en Ocaña en 1828, y al ver que está la controlaron sus opositores, mando a sus delegados leales en dicha constituyente retirarse de la misma para que se disolviera por falta de quorum, para poco después asumir la dictadura en agosto del mismo año. Ya Bolívar dictador, se encargó de convocar una nueva constituyente que se haría en 1830 en Bogotá, el llamado “congreso admirable”: admirable porque todos los delegados le eran adictos a su causa. Sin embargo, y a pesar del fracaso de la constitución aprobada en 1830, diseñada para salvaguardar la unión con Venezuela y Ecuador, Bolívar tuvo la decencia de renunciar a la presidencia, ejemplo que bien debería considerar Petro como admirador de Bolívar que dice ser…