La presencia y activismo del secretario general de la ONU en Colombia, Antonio Guterres, expresidente de la internacional socialista, suscitó nuevamente el debate cada día más candente que sacude hoy al mundo, relativo a la coexistencia de la soberanía nacional con la que correspondería a las organizaciones internacionales.
La primera se ejerce por el pueblo en estados con territorios definidos y reconocidos, mientras que la segunda resulta de una compartición que hacen los estados soberanos sobre temas que los atañen a todos, La soberanía nacional se funda en la existencia de un pueblo que la ejerce democráticamente y corresponde a la genuina expresión de su voluntad. La segunda es consecuencia de delegaciones precisas y de naturaleza limitada de los estados miembros. Paz, justicia, reconciliación y reparación por su naturaleza son inherentes a la soberanía nacional y competencia exclusiva de la voluntad popular, que entre nosotros resultaron vulneradas con el desconocimiento del plebiscito en el que la ciudadanía rechazó el acuerdo de paz sometido a su refrendación.
Por ello, las declaraciones del secretario Guterres traspasan los límites que le imponen el elemental respeto a la soberanía nacional. No le corresponde tildar de enemigos de la paz a quienes mayoritariamente rechazaron el acuerdo de la Habana (“El objetivo de la paz es evitar que haya enemigos en una sociedad, pero desafortunadamente hay enemigos de la paz”.}, ni erigirse en supremo censor de nuestras soberanas decisiones, ni muchos menos impartir bendiciones y aprobaciones que no le atañen, ni le son permitidas. Hubiese sido preferible encontrar en él mensajes de reconciliación, llamados al entendimiento, invitaciones a la mutua comprensión, disposición para facilitarlas y voluntad para promoverlas con todas las herramientas a su alcance. Inducido acaso por su preferencia ideológica y la parcialidad política resultante, profirió cantos de alabanza a los supuestos logros del acuerdo de paz, ocultando sus fracasos en seguridad, verdad, justicia, reparación y no repetición, que revictimiza a quienes padecieron la violencia y conforta a una gran parte de los victimarios con impunidad, representación política y olvido de sus crímenes y fechorías. Curiosa comprensión de la reconciliación, que solo puede alcanzarse con la mutua aceptación de una verdad que incluya la admisión de las propias culpas y la contrición sincera, sin las cuales no alcanzaremos la paz, el sosiego y el perdón que requiere nuestro futuro.
La cooperación es la matriz que indujo a la creación de la ONU y a la de todos los organismos que cobraron vida después de la hecatombe de la segunda guerra mundial en el siglo pasado Ese debe ser el talante y la naturaleza de sus acciones, porque de ellos deriva su credibilidad y su aceptación. De su preservación depende la autoridad de su timonel que es fundamental para preservar la imparcialidad y reconocimiento de sus competencias y actuaciones y el mantenimiento de los consensos que se requieren para el cumplimiento de sus principios y finalidades. No hay espacio para intervencionismos que se tiñen de ideologías y en favorecimientos que las impulsen, como lo sugieren algunas inclinaciones hoy al parecer enraizadas en su burocracia.