En las próximas décadas tendremos personas mejoradas genéticamente. Cualquier gen defectuoso, como el que predispone a la diabetes, será alterado. Igual se podrán manipular las características del próximo hijo, bebés de diseño, su apariencia, el cuociente intelectual, memoria o resistencia física.
Tendremos copias holográficas de nosotros mismos con réplicas de nuestro reloj biológico que dará aviso de cualquier posible síntoma de enfermedad o mengua.
El ADN, el alfabeto total de nuestro cuerpo, tendrá formas de autogenerarse. Se busca la fuente de eterna juventud. Esto parece ciencia ficción, no lo es. Los médicos futuros, si aún no han sido sustituidos por robots, tendrán los referentes genéticos de parientes y ancestros.
Sabrán, observando ese mapa genético, como regenerar cualquier anomalía. Como esto es algo costoso tendremos otro ingrediente en la lucha de clases en una economía, ya de suyo súper concentrada, la creación de una élite con algoritmos informáticos incorporados a su sistema biológico por la nueva bioingeniería, será una super raza.
Hay ya abundante bibliografía. Entre otros, un texto del físico teórico Michio Kaku, El futuro de nuestra mente. Y otro de un autor recomendado por Barack Obama, el historiador Yuval Harari del libro Homo Deus. El salto evolutivo del hombre, de animal a dios.
Otro postula la fusión de los algoritmos completos de cada persona con la información total del Google, La singularidad está cerca de Ray Kurzweil, ciencia con título de reminiscencias bíblicas.
Según la nueva biología, los organismos vivos son algoritmos, fórmulas de lo que somos. Y por lo tanto se pueden tabular y replicar. Los algoritmos ya imitan procesos tan complejos como el dominio del ajedrez, en el que un ordenador como Deep Blue derrota a Gary Kasparov, o a cualquier Gran Maestro que ha dedicado su vida a estudiar esa disciplina. Esos algoritmos informáticos serían teóricamente capaces de revivir especies extintas a partir del ADN, o de hacer que un cerdo almacene grasa benigna de tipo Omega de pescado. Las películas de ficción de hoy no parecerán tan inverosímiles. Así como nosotros confiamos hoy más en la brújula o en el GPS que en nuestro sentido de la orientación, iremos dimitiendo decisiones vitales de un modo casi imperceptible en las nuevas tecnologías.
Los inventos están supeditados a lo que se haga de ellos. Tal como está ahora la sociedad, se podrá generar ciborgs entre las élites más ricas que tendrían incorporados algoritmos para calcular la bolsa de acciones y las variables monetarias. Esas mejoras se anhelarán como ahora lo hacemos con la educación superior para los hijos.
Por otra parte desaparecerían empleos como corredores de bolsa, policías de tránsito, guardas de seguridad, ejércitos de seres humanos, choferes, y habrá un nuevo sector que no solos son desempleados sino que son “inempleables”. Para ellos, dice Harari, se diseñaran juegos virtuales y dopajes que les llene el tiempo libre. Los partidos políticos serán desbordados por la comunicación instantánea. El concepto democrático estará en peligro de muerte. Está claro, entramos a la era del Cyborg.