En Colombia el gobernante salió del país en el momento justo en el que se debía aprobar una decisiva ley anticorrupción. De hecho, gobierna su mentor el senador Uribe quien sufre de ictericias devorantes y a quienes algunos llaman “Presidente”. Desde luego esa ley no pasó en ese congreso, que no ha perdido su robusto instinto de conservación. No desea entrabar sus fuentes de financiación. De modo que, con dos presidentes en disfunción, el llamado “Centro Democrático” logra más que con uno. El mandatario volante se auto congratula por los logros heredados del acuerdo de paz. En la gira lo abuchean. Mientras que el otro hunde el proyecto anticorrupción. Se aseguró de que su muy cercana amiga, ministra de interior, sepultara ese proyecto.
Es divertido oír a los congresistas de ese grupo explicar el ruidoso asunto. Piden cambio de gabinete ministerial, molestos porque se pretenda manejar el poder del Estado colombiano de ese modo. En fin, coligen que la corrupción no se combate bien así. Pues gracias a eso los acusan a ellos, pobrecitos, de corruptos.
Creen que en su grupo deben decidir quién es el presidente. Y dejarlo gobernar. O si se impone obstruir al presidente electo, Iván Duque, pues que lo definan ya entre ellos, pero sin más subterfugios borbónicos. Están Iracundos. Y así sin saberlo configuran el adagio polaco “Los títeres se cuelgan más fácil, pues ya vienen con la cuerda”.
Con la sensación colectiva de desgobierno, y ante el auge del asesinato de los lideres, mujeres y hombres, que bregan por recuperar sus tierras arrebatadas por para-militares, hoy poco se sabe del caso Odebrecht, de los peculados billonarios en obras públicas colapsadas, de la responsabilidad o no del grupo Aval.
En Estados Unidos cuando mataron a Kennedy, su ley de Derechos civiles favorable a los negros quedó sin aprobar. Su sucesor Johnson, fue presionado por los poderosos senadores sureños para omitirla. Él estaba en deuda con ellos. Querían que buscara forma de hacer con ese proyecto lo que Duque trató aquí de hacer con el acuerdo de la Habana, para “mejorarlo.” Pero Johnson, corajudo y con desparpajo campechano les dijo a sus ex-amigos que esa ley de igualdad civil estaba respaldada por dos presidentes, “el presidente martirizado y un presidente texano con los cojones bien puestos”.
Estamos en un limbo de mediocridad democrática. El mandatario no se “la cree”, como dicen, de estar en la presidencia. Al saltar de alegría debe procurar que nadie le quite la tierra debajo de los pies. Y su perplejidad es compartida, por lo demás, por la mayoría de los colombianos. Pero si acepta con resignación este chiripazo del destino y despabila, podrá al menos detener el auge de la avanzada asesina del paramilitarismo revivido, que en campos y ciudades, diezma a mujeres y hombres despojados e indefensos. Gentes, algunas de las cuales dejaron las armas en espera de que algo había cambiado en Colombia y de que se les respetaría al menos la vida.