La corrupción de las clases dirigentes de los países al sur del Río Grande impedirá que esos países tengan protagonismo mundial, pronosticó Tocqueville en el siglo XIX. Ahora, más de un siglo después tras lo ocurrido en México, Brasil, Argentina y Colombia, el pronóstico no parece tan antipático y sí bastante lúcido. En libro reciente sobre el por qué fracasan las naciones, dos analistas estadunidenses reiteran el mismo vaticinio para el siglo XXI.
No es que los países más desarrollados estén exentos de corrupción, es que ésta se mantiene en “sus justas proporciones”. Y eventualmente los órganos de control operan.
Aquí el caso Reficar, el mayor desfalco de nuestra historia, surgido en la administración Uribe y prolongado con disimulo durante el gobierno Santos, sobrepasa lo que se recaudará con la impopular reforma tributaria del 19% del IVA. Y es en ese contexto político como se recibe esa Reforma impositiva, independientemente de su necesidad.
Es poco lo que se mencionan los 70 contratos dolosos del grupo Nule otorgados a ese grupo por el régimen de Uribe y cuyas consecuencias apenas empezamos a sufrir.
Y ahora gracias a las denuncias venidas del exterior, conocemos aquí los sobornos de la firma Odebrecht, también durante el periodo de Uribe, sin que el entonces sectario Procurador Ordóñez viera anomalía alguna. Cuando en su momento el gobierno colombiano de entonces se felicitaba por la trasparencia de sus licitaciones.
Esa firma brasilera destinó mil millones de dólares para sobornar a los gobiernos en adjudicación de contratos en América Latina. Los resultados están ya a la vista, y los desastres saldrán a la luz al menor deterioro. Pero lo novedoso es que son los organismos internacionales de vigilancia los que dan la alarma, y las autoridades mundiales las que intervienen cuando fallan los órganos de control interno. Es decir, el orden nos está llegando de afuera, las “justas proporciones” de la mordida, de modo que la corrupción no se desmadre.
Organismos como la OCDE, exige a sus miembros atenerse a unas normas de trasparencia, de legitima competencia, si se desea gozar de sus privilegios. En la actual interdependencia mundial no se puede mantener un coto de corrupción privado. Hay que atenerse a las normas aceptables de corrupción mundial que están tasadas como “aceptables”. A falta de ética operativa propia, vendrá la cooperación externa a reforzarla. Aunque “en sus justas proporciones”, el corruptor sea Estados Unidos como principal adicto a las drogas. Y el infame responsable de centenares de miles de muertos en nuestros países.