Poco se notó el gran giro de la Casa Blanca respecto a los cultivos de coca en Colombia: Reconoció, ¡al fin!, que ha crecido la oferta debido al aumento en la demanda norteamericana. Que el mercado tiene una causa.
Empieza a colegir que intentar convertirnos en policías de su propio desaforado hedonismo, no es viable. Ese asombroso reconocimiento al engranaje total cuando antes solo mencionaban el síntoma no se notó acá por cuanto los ideologismos políticos ciegan más que una migraña aguda. Y se pretende castigar al presidente Santos por más de medio siglo de una política antidrogas fallida. En efecto, mientras en USA interceptan una tonelada de cocaína, aquí en el mismo lapso incautamos 44, como lo demostró el ministro de Defensa… Pero la exaltada politiquería criolla no percibe matices.
La dependencia de Latinoamérica respecto al imperio crea a la vez una contra dependencia del imperio con Latinoamérica. Sin Colombia, dicho sin falsas ilusiones, la turbulenta geopolítica hemisférica de USA, se va al carajo. De ahí que han tenido que mitigar sus visos de doble rasero moral tan usuales ayer también en el Imperio Anglo sajón protestante, hoy en Brexit.
Este súbito reconocimiento de lo obvio se debe a una realidad cuya fuerza no percibimos por subestimar nuestro propio valor. Pero ese acto de prudencia gnoseológica del presidente Trump, quien sufre de ébola verbal, es la constatación de la importancia de Colombia en términos geopolíticos. A él, que usa a bebés como rehenes en la frontera, le ha tocado leer y pensar antes de hablar, lo que en su caso suele ser síntoma de un ataque de despiste mental. La circunstancia de Latinoamérica es una realidad demasiado evidente para olvidarla sin peligro.
Estados Unidos, reconociendo sus innegables beneficios para sus aliados, es el principal promotor tóxico del planeta, sea en ecología o en salud pública por el consumo de estupefacientes. Su ley dice no, pero el gran consumidor dice sí, sí, sí. ¿Quién cree el lector que ganará?
El número de consumidores de cocaína en Norteamérica equivale más o menos al número de habitantes que tiene Colombia, pero va creciendo por la permisibilidad. La cocaína allá puede ser pedida a domicilio, y es de buen recibo en las fiestas de celebridades en Los Ángeles o Nueva York (lo que muestran las películas no es fantasía). Según la Casablanca, ha aumentado 81% el número de (ojo) nuevos consumidores. Es decir que la demanda por el producto se ha disparado y crecerá exponencialmente. En suma, es algo ya aceptado en sociedad aun siendo ilegal. Esa ilegalidad es formal, casi de apariencias allá, aceptada y aceptable en una sociedad hedonista y consumidora, pero se pretende que los países como Colombia hagan de policías severos contra los campesinos que la cultivan. Esto también entró en crisis y el nuevo acuerdo recién firmado con el saliente presidente Santos exige que participen, con financiación, en promover una sustitución de cultivos para regenerar el fondo del asunto.