Todo parece indicar que los acontecimientos del 20 de julio pondrán fin al escenario de violencia y destrucción que venía prevaleciendo en el país desde el 28 de abril. Por fortuna, las tareas de los servicios de inteligencia y las medidas de prevención que se adoptaron lograron disuadir y contener la espiral de vandalismo que había acompañado sistemáticamente las movilizaciones en las principales capitales de Colombia, desbordando la capacidad de aguante y resiliencia de la ciudadanía.
El día patrio significó el final melancólico de un paro nacional conducido con exacerbada irracionalidad, el que, al tiempo que silenciaba todo dialogo posible, le infringía al país cuantiosos daños y calamidades. En el recinto del Congreso, el discurso del presidente abriendo espacios para concertaciones con futuro y la calamitosa derrota del principal instigador de uno los artífices de las devastaciones para ocupar la segunda vicepresidencia del Senado, retratan el aislamiento de Colombia Humana, su extremismo radical, y abren espacios legislativos y de entendimientos para la adopción de nuevas acuerdos y políticas que respondan a las necesidades apremiantes que afligen a nuestra sociedad. Así lo terminó entendiendo hasta el hirsuto comité del paro que llevará al Congreso sus iniciativas.
Se abre así el nuevo espacio que conduce hacia las definiciones electorales del primer semestre del año entrante. No estará por supuesto exento de altibajos, pero a pesar de las dificultades que se presentarán por la polarización que se vive en Colombia y en el continente, con la intromisión foránea que ella supone, habrá margen que permita decisiones que mejor respondan al fortalecimiento del régimen de libertades y a los imperativos de la seguridad nacional.
Los colombianos tenemos la posibilidad de alcanzar un juicio informado sobre la solución aportada por los ciudadanos de países hermanos a los retos que nos son comunes. Las elecciones presidenciales en Perú y Nicaragua pueden ilustrarnos sobre como empieza y se consolida un régimen socialista, en el que terminan pereciendo las libertades y quienes las defienden, y cuyo advenimiento implica inminentes y graves peligros a la seguridad nacional e integridad territorial. O la de Chile, que podría demostrar que es posible detenerse ante el abismo.
Entre nosotros todo está aún por definirse: los candidatos, sus alianzas y sus programas, pero esas decisiones que parecerían no escapar a las rigideces ideológicas, pueden y deben construirse sobre consensos sobre lo fundamental que exige el perfeccionamiento de la democracia y que son posibles siempre que los actores se encuentren alejados de las perversiones de los extremismos. El país necesita de un ambiente de confianza para el ejercicio de sus libertades que es siempre ajeno al extremismo y la radicalización. A los que quieren imponer un régimen a su acomodo e intereses hay que significarles que en una democracia los derechos reconocidos por la Constitución no son negociables.
Tengamos claridad sobre que nuestra democracia no puede sustituirse por la que pretenden el Eln, la segunda marquetalia y el régimen de Maduro. En las próximas elecciones escogeremos entre los distintos matices que nos ofrece nuestra democracia.